Siempre se ha pensado que el objetivo del descanso nocturno era la necesidad de ahorrar energía o limpiar los desechos celulares del cerebro. Hoy en día, diversos estudios han descubierto una nueva función: se duerme para olvidar. Cada día se aprenden miles de datos creando el cerebro millones de conexiones neuronales, donde se van a guardar todos nuestros recuerdos. Sin embargo, tanta conexión acaba generando demasiada actividad entre las neuronas. Con el fin de reducir tanta activación, la mente al dormir reduce el número de sinapsis (conexiones neuronales) para que las células nerviosas recuperen su equilibrio y puedan comunicarse de manera rápida y eficiente. Esto quiere decir que mientras se duerme se olvida todo lo innecesario. Y, por lo visto, cuando más se sueña, más se limpia.

El origen de los sueños ocurre en el encéfalo que envía imágenes y sonidos al cerebro de forma azarosa. Luego, el neocórtex trata de interpretar todas estas imágenes y construir una narración coherente a partir de esta información creativa llena de posibilidades. Se trata de narraciones que se visualizan y experimentan en la fase profunda del sueño, fase REM. Soñar es útil porque sirve para regular los aprendizajes y gestionar las emociones. Los sueños contribuyen a consolidar la memoria y el aprendizaje, siendo uno de los principales recursos de la mente para integrar y procesar la información. También se cree que los sueños estimulan la creatividad, al ser capaces de resolver problemas más efectivamente que cuando estamos despiertos, lo que se debe en parte a que la mente soñante hace conexiones más rápido que la mente despierta. No en vano, Händel compuso parte de El Mesías al escuchar los compases en un sueño y Paul McCartney compuso Yesterday durante un sueño.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)