Querido/a lector/a, la semana pasada me llama un amigo con el que salgo diariamente a caminar y me dice que, por razones éticas, me tiene que comunicar que esa tarde traerá a un vecino que acaba de salir de la cuarentena porque estuvo cerca de una persona que tenía el coronavirus. Pero, me repite varias veces, que su vecino ni lo tenía ni lo tiene. Bueno pues, sin tiempo para respirar, al día siguiente, me llama otro amigo y me avisa de que han cerrado un bar que está en el entorno de mi casa porque uno de los camareros tenía el coronavirus. Razones, las dos expuestas, pero hay muchas más, que advierten de que el coronavirus sigue entre nosotros y aún no tenemos una vacuna que por su eficacia y universal distribución ofrezca garantías de vida. Por lo tanto es más que evidente que, en parte y en todo, el no contagiarnos aún depende solo de nosotros: de respetar las medidas higiénicas, las distancias y el buen uso de las mascarillas. En caso contrario ya nos podemos imaginar que representaría un segundo golpe a una salud y a una economía que ya están atropelladas con más de 40.000 muertos y con el empleo y el PIB por los suelos. Más o menos.

No obstante, y sin dejar de remarcar el cuidado exigible a la ciudadanía como parte esencial de la recuperación, también hay que señalar que no es suficiente. Aquí y ahora, hay que exigir a todos los sectores implicados, a todas las administraciones públicas, a la sanidad privada, a los empresarios de las residencias..., que tomen conciencia del daño que le han hecho 10 años de recortes a uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Y es que, un país decente, no puede pasar por este drama y seguir con esos errores. No puede mantener sin reflexiones, reformas y medios una sanidad que, a pesar de su valía y prestigio indiscutible, se ha demostrado dramáticamente deficiente. H

*Analista político