El que ha sido considerado uno de los proyectos políticos más importantes nacidos en la segunda mitad del siglo XX, la Unión Europea, recibía ayer un potente torpedo con la carta de Theresa May invocando el artículo por el que el Reino Unido se va. Es la primera vez en 60 años de historia de la Unión que un miembro decide irse, y el que se va tras más de cuatro décadas de pertenencia al club no es, ni mucho menos, un país menor.

Vienen ahora dos años que resultarán muy duros para ambas partes, Londres y Bruselas. Se sabe cuándo empiezan unas negociaciones, pero no cuándo y cómo terminarán. La postura británica es de firmeza. Pero también lo es la de Angela Merkel, que ayer mismo rechazó los términos que propone May en su carta, en la que junto a elogios a principios europeos como los valores democráticos y liberales incluye de forma no muy velada algunas amenazas. En cuestiones como defensa y fiscalidad, Londres tiene una buena mano. La negociación será dura. Si el Reino Unido se imagina en un futuro próximo convertido en un gran país próspero, un faro comercial y financiero como un Singapur europeo, la Unión se juega su propio futuro como tal después de años de no haber sabido estar a la altura de lo que los ciudadanos europeos merecemos.

No todos los países comparten la misma línea a adoptar ante Londres, porque no todos tienen los mismos intereses. Mientras hay países partidarios de negociar unas condiciones duras, otros --España entre ellos-- quieren una negociación más blanda. Si algo hará Londres será azuzar estas diferencias en beneficio propio.

Si es verdad el dicho tan manido de que una crisis es siempre una oportunidad, la UE debe aprovechar este momento para reforzar las instituciones, hacerlas más democráticas y, sobre todo, ponerlas de verdad al servicio de los ciudadanos. El antieuropeísmo se ha hecho realidad en el Reino Unido a base de distorsiones, mentiras y grandes silencios, hasta el extremo de que su salida de la Unión Europea ya no tiene vuelta atrás. Pero no es un caso aislado. El mismo populismo que alentó el brexit se repite en otros países, cada uno con sus particularidades pero con un mismo sello. El de ayer es un día triste en la historia de la construcción europea, porque lo que parecía imposible, su deconstrucción, se ha abierto camino, y lo ha hecho basándose en una suma de errores y de falsedades.