La dura realidad se va abriendo paso en el Reino Unido. El Gobierno de Theresa May ya admite públicamente que un brexit no negociado saldrá muy caro y que hay planes de contingencia si no se llega a un acuerdo con Bruselas y la ruptura se hace a la brava. La dimisión hace unas semanas del responsable de política exterior, el secretario del Foreign Office, Boris Johnson, y del ministro encargado de la negociación con la UE, David Davis, sirvió para salvar una enorme brecha interior en un Ejecutivo revoltoso, pero le ha creado a la primera ministra una amenaza exterior mucho mayor. Ambos dimisionarios tienen ahora las manos libres para hacer campaña contra el plan de negociación propuesto por May en el Libro Blanco, que contempla un brexit calificado de forma muy discutible de suave.

Y en esta campaña hay un factor altamente desestabilizador que es el desafío lanzado por Johnson para disputarle el liderazgo conservador a la primera ministra. Y otro más, la reaparición de Nigel Farage en la campaña contra la postura del Gobierno. Este baño de realidad sobre el desastre que sería el brexit sin acuerdo se produce cuando muchos británicos que eran partidarios de la salida del Reino Unido están modificando su opinión al respecto. Lamentablemente, una buena solución política es muy difícil porque no hay nadie capaz de hallarla. Pocas veces el país ha tenido al mismo tiempo un primer o primera ministra y un líder de la oposición tan débiles e incapaces.