Será un largo y duro otoño. El fracaso de la etapa turística veraniega significará cierres de negocios y pérdidas de empleo. El aumento de los rebrotes impacta de forma dramática en muchas economías locales y regionales. Euskadi ha declarado la emergencia sanitaria. Otras comunidades pueden tener que hacerlo también. En el otoño veremos un aumento del número de quiebras de pequeñas y medianas empresas y de autónomos incapaces de hacer frente a sus obligaciones fiscales, financieras y laborales por falta absoluta de ingresos.

Los problemas no acaban ahí. Las dudas y dificultades sobre cómo reabrir las escuelas y colegios, con sus consecuencias familiares y laborales, harán más duro el otoño.

Estos males no podemos atribuirlos solo a la pandemia del covid-19. El enorme daño que está produciendo en nuestro país se debe a que no hemos sabido poner los medios necesarios para reducir su impacto. Los gobiernos han sido incapaces de planificar y poner en marcha el sistema de identificación, rastreo y confinamiento de nuevos contagios. Por su parte, el mundo empresarial presionó de forma arriesgada para una reapertura demasiado rápida de los negocios turísticos y de ocio. Y, por nuestra parte, los ciudadanos no hemos renunciado al mundo de relaciones sociales alegres y descuidadas del mundo de ayer.

Es muy humano creer que las cosas volverán a ser como antes. El covid-19 alteró nuestra vida cotidiana. Pero nos hemos negado a aceptar que ese cambio pueda ser duradero. Hemos querido recuperar la normalidad, abandonado apresuradamente el confinamiento. Ha habido una perversa competencia entre comunidades autónomas para no ser la última en hacerlo.

Viene un duro y largo otoño económico, pero tengo la esperanza de que dispongamos de mayor capacidad para aliviar sus efectos sociales y de mejores ideas y energías sociales para reconstruir una economía más inclusiva. Hay varias razones para esta esperanza.

Primera. El nuevo cinturón social creado por el Gobierno de Pedro Sánchez para aliviar las consecuencias sociales de la crisis. Por un lado, los ertes, una verdadera innovación político-social. Por otro, el ingreso mínimo vital contra la pobreza severa. También el subsidio que prepara el Gobierno para los desempleados que agotaron las ayudas, y su intención de mejorar el pago a los trabajadores a tiempo parcial que sufren regulación de empleo temporal. Falta una garantía de empleo para los jóvenes.

Segunda. El nuevo clima de diálogo social entre las patronales, los sindicatos y las administraciones públicas. Debería servir para construir un nuevo contrato social de la empresa.

Tercera. El gran número de iniciativas que, impulsadas por el nuevo fondo Next Generation de la UE, están surgiendo desde la sociedad y desde sectores profesionales y empresariales para reconstruir la economía y promover un modelo de crecimiento sostenible e inclusivo.

Cuarta. La toma de conciencia política de que la escuela y la salud son prioridades básicas que requieren mayor inversión pública.

Quinta. Las señales de cambios en los partidos que parecen propiciar mayor colaboración en las líneas básicas para la recuperación: salud y sanidad, fondos europeos, industrias de futuro y fiscalidad.

Espero no estar confundiendo deseos con pronósticos, y que mi esperanza en nuestra mayor capacidad para afrontar un duro otoño tenga fundamentos sólidos. H

*Economista