La economía mundial sigue inestable. Desde la crisis financiera del 2008, el crecimiento es muy endeble y va muy ligado a las políticas monetarias excepcionales protagonizadas por la Reserva Federal (Fed) y por el Banco Central Europeo (BCE). La política no ayuda a crear las condiciones para que la economía encuentre la manera de solventar los grandes retos del momento que van desde el exceso de deuda circulante, la insolvencia o el bajo rendimiento de los depósitos bancarios hasta la fiscalidad de las grandes empresas tecnológicas, el hundimiento de las clases medias por los bajos salarios, las dificultades en mantener los servicios públicos o la inminente robotización. Por si estas incertidumbres no fueran pocas, la alocada guerra comercial que Donald Trump ha abierto con China o la salida brusca de la Unión Europea que ha anunciado Boris Johnson siguen provocando continuos sobresaltos y creando la sensación de que en cualquier momento el débil crecimiento se puede trastocar en una desaceleración abrupta que nos lleve a una nueva recesión a escala global.

Ayer vivimos dos episodios de esta índole. La Fed bajó finalmente los tipos de interés y puso fin a 11 años de ortodoxia monetaria. Lo hizo tras recibir la presión insólita del propio Trump en persona, que busca como sea mantener la competitividad de sus exportaciones y proteger el mercado interior con un dólar bajo. Hace pocos días, el aún presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció que pensaba seguir con los tipos de interés bajos, preocupado por la baja inflación de la zona euro, un tema que se ha convertido en un freno al crecimiento económico. Todo indica que lo excepcional, tipos de interés cercanos a cero, se va a convertir en la nueva ortodoxia monetaria.

Por otro lado, la economía española se ha resentido por primera vez en los últimos meses de la inestabilidad política, no en términos interanuales, pero sí respecto al trimestre anterior perdiendo dos décimas. Las exportaciones no han compensado la falta de inversión empresarial mientras que el consumo aguanta pero los salarios bajos no permiten grandes alegrías. El dato no es alarmante pero sí que debe ser un toque de atención a los políticos, despreocupados de la política monetaria por el paraguas europeo, pero que saben perfectamente que, si aún estuviéramos en la peseta, estos meses de Gobierno en funciones se pagarían muy caros.