Al llegar como yo a tan altísima edad, circunstancia permitida por quienes deciden en esas cosas, estás obligado a recordar aspectos o episodios de una vida que, por otra parte, son difíciles de olvidar. Tan humanos.

El hecho es que, en el construir de mis torres de arena para que las olas del mar las vayan borrando cada día, apareció una mañana de los primeros años de este siglo, mi amigo de entonces, el escritor Manuel Vicent. Iba rodeado por algunos miembros de su corte de la Vilavella, sus hermanos los Vicent Recatalá, de los que José María, que es el mayor y tiene un apartamento en la «zona del infierno», aprovechó para darnos una lección magistral sobre el juego de la bolsa, del que es consumado especialista.

También cree que lo es en lo referente a las virtudes de la naranja, pero, al final, la exquisita naranja navelate o la clementina es de lujo cuando se la conoce por clemenules en todos los mercados.

Me contaron que, haciendo boca y tiempo para degustar la paella, habían visitado ya las barras, el As de Pollos, 1ª Villa Dávalos, es decir, el chiringuito Jota’s de Vicente, cuando se dirigían al de Martín. Y la Villa del Mar, para terminar en el Voramar, todo ello en el mismo flamante paseo marítimo que una parte está rotulado con el nombre de Bernat Artola y la otra con el de Pilar Coloma. Todo muy apropiado.

Les acompañé hasta el singular kiosko de prensa y me llamó la atención el rubor de Manolo cuando un lector le felicitaba efusivamente por su última columna en El País, sobre todo, después de saber que Raúl del Pozo proclamaba que el escritor nacido en la Vilavella se llevó consigo a Madrid la carta de navegar, la pluma y el compás para conjugar con desparpajo la lírica con el humor y recordando a los madrileños, por ejemplo, que el perejil es el símbolo de la fertilidad y que por eso se regala en todos los mercados del Mediterráneo, como ya es sabido.

--Manolo, ¿en verdad qué buscas por aquí?

--Nada de particular, ver a la familia y acercarme a mi mar.

--Pero, ¿qué persigues?

--Yo persigo el Edén desde siempre. Lo busco. Y es que probablemente el Edén sería un huerto de clementinas en plena producción, con una pareja de monos saltando de rama en rama, con alegría o pesar.

--Creo que confundes la naranja con la manzana.

--Está ya admitido que la fruta prohibida no fue la manzana, sino una naranja. El origen de esta fruta se remonta al árbol de la ciencia del bien y del mal en el centro del paraíso, a cuya sombra el árbol perdió la inocencia y la inmortalidad, es decir, comenzó a desarrollar la cultura.

--¿Y empezó entonces la modernidad? Quise seguirle la corriente.

--Quita hombre, la modernidad son cuatro camiseros, cuatro modistos, dos cantineros, dos botellerías de moda y un concejal de Cultura del Estado.

--¡Toma ya…!

P.D. Uno de mis vecinos de hamaca en la playa de la Almadraba es un gran conocedor de los campos de naranjos y me aclara las dudas del escritor Manuel Vicent.

--Efectivamente, las mejores virtudes nutritivas y de sabor se encuentra en la navelate y la clemenules. Para que me entiendas te diré que la primera es como Zidane y la clemenules como será Messi. ¿Comprendes? Y yo le digo que sí.