El hombre no es más que lo que la educación hace de él, decía con acierto Kant . Es lo que nos ayuda a superar los problemas de la vida: las dificultades no hay que ocultarlas, sino por la educación enseñar a superarlas, como bien decía también el médico Pasteur . Pero del dicho al hecho hay un buen trecho, previene el refrán.

Y ligado a la educación está la urbanidad, el civismo y otras cosas. Y en esta época me viene a la memoria aquel antiguo Manual de Urbanidad de Carreño que los más viejos recordarán. Era un manual de buenas costumbres y una especie de apología que velaba por ellas y, sobre todo, por el civismo. Este civismo cuyas muestras nos llenan de perplejidad. Ayer, en el alféizar de una ventana baja de la calle, me encontré con siete botellas vacías de cerveza; a dos metros había un contenedor de vidrio esperando algún cliente. Pero este es uno de los muchos ejemplos de incivismo.

La educación no solo nos enseña a conocer, sino también a aprender a ser y a hacer, a aprender a convivir.

Y no solo en la escuela: junto a la educación formal en escuelas, institutos o universidades, hay otra educación no formal que se rige por un currículum particular. Y, la gran olvidada, la educación informal que recibimos en los ámbitos sociales y que afecta plenamente al civismo.

Acordémonos, de nuevo, de la sentencia kantiana, el imperativo categórico: «Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal». H

*Profesor