Mi psiquiatra de la seguridad social se acaba de jubilar hace unos meses, y desde entonces su consulta se ha convertido en un desfile de caras. Nunca me ha vuelto a atender el mismo médico especialista.

Lo que más me preocupa de mi patología es la fase depresiva, así que cuando noto que se acerca, no dudo en desnudar mis sensaciones, tentativas suicidas, ante algún profesional competente capaz de ayudarme a hacer las paces con la enfermedad.

Ahora se ha puesto de moda en el sector sanitario la estrategia de márketing que reza: ¡primera consulta gratuita!

Aprovechándome de esta técnica de venta que la psiquiatría contemporánea también ha puesto en marcha selecciono, como quien escoge entre los ingredientes de una pizza familiar, los psiquiatras que se prestan a atender gratis la primera vez que se solicitan sus servicios.

El primer número que marco para reservar una cita es el de un psiquiatra que dice ser Máster en Conductas Disociativas y Patología Afectivo Bipolar por la Universidad de Kentucky y Mental Coaching por Baltimore Academy. La verdad es que eso me impactó, más aún cuando me indicaron que dentro de la promoción de bienvenida podía contar con un servicio de cromoterapia. Me explicaron, para despertar todavía más mi interés, que la cromoterapia es conocida también como la terapia del color. El recepcionista que me alentaba a conocer la consulta sostenía que la luz o los entornos con un determinado color son útiles para minimizar los delirios si se aplica un tipo de luz sobre una zona precisa de la cabeza. Atendía ojiplático a sus argumentos y solo le hice dos preguntas.

La primera, si me podía asegurar que la consulta y la terapia eran gratuitas, y la segunda, si tenía que ir a la consulta con un color de ropa determinado para que no interfiriera con los haces cromáticos.

A la primera cuestión me certificó que todo era totalmente gratis, de la segunda no obtuve respuesta.

Preferí no asistir a la cita programada, llamé para anularla. La forma con la que pretendían seducirme simulaba la negociación que se establece con un comercial cuando quieres cambiar de operadora. Y porque, además, el recepcionista que me atendió no entendió la guasa de mis preguntas.

Opté por llamar a otro psiquiatra de oferta. Sujetando con una mano el folleto publicitario que había encontrado en la farmacia y tecleando el número de teléfono con la otra, escucho el primer tono de llamada que se interrumpe por unas notas musicales de jazz.

Pasados unos segundos percibo una voz femenina: «Buenos días, gabinete del doctor Juan Francisco Miramontes, le atiende Beatriz. ¿En qué puedo ayudarle?». Después de explicarme, concerté una cita para las 17.00 horas del jueves de la semana siguiente. La atención recibida me dio confianza y tenía pensado acudir a la cita.

Ya en el gabinete y acomodado en la sala de espera, note que olía fuertemente a incienso y se escuchaba un hilo musical parecido al que suena en los supermercados de Mercadona.

Una enfermera dice mi nombre en voz alta, levanto mi mano para advertirle mi presencia a lo que me indica que el doctor está listo para recibirme, que tenga la bondad de seguir sus pasos.

Cuando llego a la consulta, el médico aún está de espaldas, y al girarse ante mí se presenta apretándome la mano flácidamente. Mientras me miraba a los ojos descubrí que padecía un estrabismo muy acentuado. Uno de sus ojos mantenía una línea visual perfecta con mi ojo izquierdo, al tiempo que el otro, se escapaba detrás de mi hombro como buscando algo que estuviera escondido a mis espaldas.

He de confesar que me sentía muy a gusto. Francamente bien. Al fin y al cabo él también era diferente. Nadie lo podía dudar. Eso saltaba a la vista.

*Colaborador de la Asociación de Familiares para los Derechos del Enfermo Mental (Afdem) de Castellón