La importancia que se da a la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado viene dada por el hecho de que son la hoja de ruta para la gestión de la economía del país.

Si se aumenta el presupuesto, este es expansivo con lo que conlleva mayor actividad económica, quizás también mayor redistribución de rentas, lo que beneficia a los menos poderosos económicamente. Este presupuesto expansivo puede conllevar, además, un déficit, con lo que el estímulo económico --para el caso de no tener problemas en la consecución de la financiación de la deuda que se emitirá-- es doble.

Lo contrario, un presupuesto menor y también un superávit, si se puede conseguir, lleva obviamente a una contracción de la actividad económica que en algunos momentos puede ser necesaria al objeto de evitar una burbuja y reduciendo la deuda soberana.

Creo que hasta aquí todo esto es entendible, pero lo que no lo es para mí es el engaño en el que los gestores económicos de los Gobiernos (del Estado y de las comunidades autónomas o de otros entes provinciales o municipales) nos quieren hacer creer: me refiero a la falta de ejecución presupuestaria.

Me sorprende que este tema escape a la crítica, que debiera ser furibunda, aunque, en efecto, he leído recientemente en diversos medios de comunicación las quejas de nuestro territorio por la falta de ejecución presupuestaria de parte del Estado. Lo mismo leí hace algo más de tiempo respecto de la Generalitat valenciana. El asunto es que no se presupuesta con justicia para nuestra Comunitat y, para colmo, lo poco que se presupuesta no se ejecuta en su totalidad.

Esta es una estrategia absolutamente deleznable que consiste en no llevar a cabo en su totalidad la ejecución del presupuesto, o hacerlo tarde, es decir, no licitar diligentemente o no llevar a cabo el gasto que debe servir para la activación económica y del mercado laboral. El gobernante queda bien poniendo partidas en los presupuestos que, luego, nunca se ejecutan. En dos palabras, está mintiendo.

Siempre se pueden encontrar y dar excusas para no cumplir los presupuestos:

- que los ingresos no han sido los esperados, o en el tiempo esperado

- que ha habido problemas técnicos con proyectos, con plazos de exposición pública u otros requisitos legales

- que ha habido necesidad de llevar a cabo modificaciones presupuestarias y dedicar las partidas a otros menesteres.

Se callan bocas incluyendo en los presupuestos partidas para actuaciones que se sabe que no se van a llevar a cabo porque no se tiene la voluntad de hacerlo o porque no hay tiempo material para cumplir los requisitos técnicos o jurídicos necesarios, o para la efectiva ejecución material.

En efecto, hay partidas en los presupuestos que se repiten para el mismo objeto durante años, pero nunca se ejecutan. O partidas cuyos importes nunca se alcanzan. Son promesas que no se cumplen y que van a servir para que se dediquen a otros menesteres, o haya, en su caso, superávit que después sirve como un aval de buena gestión, cuando, en realidad, es todo lo contrario. Superávits ficticios que mediante el buen trato que el ente da a los medios de comunicación sirven para cualificar de buenos gestores a los políticos que hacen estas trampas.

Estas no prácticas de buenos gestores, sino al contrario, corruptelas que los organismos supervisores permiten, consienten, no atajan, aunque estén más o menos conscientes de ellas (incluyo también a los organismos de la UE). Me atrevería a decir que son prácticas, incluso, corruptas, porque sin transparencia, ni debate ni veracidad, no se puede decir que se esté gobernando democráticamente y correctamente.

¿Dónde estarían las empresas que inventaran (uso ex profeso la palabra inventar) presupuestos voluntariosos de vender mucho, de conseguir costos muy bajos y, con ello, conseguir buenos resultados, pero todo fuera un ejercicio de presuponer que las cosas iban a ser así? Pre (antes de), suponer (imaginación). Eso es un pre-supuesto, un supuesto, una imaginación puesta por escrito.

No, al contrario, las empresas se guían por las cuentas anuales, es decir, por los resultados efectivamente conseguidos. Y se felicita y se premia a directivos (y en pocos casos a otros trabajadores) por los buenos resultados, no por las buenas imaginaciones = presupuestos.

De ahí la extrañeza que no alcance a la opinión pública el debate del cierre de cuentas, que es lo importante.

Por otra parte, ya sabemos que la mayor parte del presupuesto se va en gasto corriente que difícilmente se puede evitar (pensiones, sanidad, educación, intereses de la deuda y algo más), mientras que las partidas que pueden representar un acicate o estímulo económico, una inversión sostenible y rentable, son las menores en los presupuestos. De ahí las quejas de los científicos españoles (y de otros sectores) a los que no se les dedican suficientes esfuerzos en fondos presupuestarios, a pesar de que son (casi siempre) muy rentables para el futuro.

Estas prácticas conllevan un engaño, en toda regla, al ciudadano. Pero, además, como quiera que la práctica de los analistas (sobre todo políticos, de los diversos partidos) es estudiar, comparar y hacer previsiones de los efectos del presupuesto, pero no conoce la verdadera intención de los que van a ejecutar los presupuestos, pierden completamente su tiempo, pues los estudios que han formulado, en base a datos irreales, dan resultados y efectos que se caen como castillos en el aire. Y además de todo ello están también los vaivenes económicos que se escapan al control de todos.

Debemos presionar a los gestores económicos en todos los ámbitos territoriales para que den cuentas de su gestión en base a la contabilidad real, no a la presupuestaria. Y que el debate se centre en cómo distribuir entre los territorios de forma justa en el importe y en el tiempo, la parte de los presupuestos que corresponde a inversiones, así como al mismo nivel de servicios.

Si se hiciera así, aquí, en la Comunitat Valenciana, no cabe duda de que estaríamos mucho mejor, tanto a nivel autonómico, como provincial y local.

*Doctor en Derecho