Tras el bloqueo de los Presupuestos por parte de los partidos independentistas, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no ha tenido otra que disolver las Cortes y convocar elecciones generales, que serán el 28 de abril. Lo contrario hubiera sido aferrarse al poder sin capacidad alguna de implementar las política que defiende, limitándose a hacer propaganda. El mismo acto de convocatoria ya apunta el que será el principal eje de su campaña electoral: la confrontación con el bloque de la derecha que se ha fundado tras las elecciones andaluzas en el que confluyen el Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Una derecha que si llega al poder con esta composición pondrá en peligro algunos importantes logros sociales, como la sanidad universal, la lucha contra el machismo, la erradicación de la pobreza infantil y el aumento del salario mínimo, pero también derechos civiles como el aborto o el matrimonio homosexual, además de tensionar el debate territorial en la línea que anhelan los sectores mas enconados del independentismo. Sánchez se presenta a estas elecciones como la única fuerza de contención frente a ese retroceso que traería la derecha. Con este posicionamiento, el PSOE aspira a crecer a costa de Podemos, en fase de implosión, y de Ciudadanos, lastrado por el pacto andaluz y, también, por su negativa a apoyar la moción contra Mariano Rajoy tras la sentencia sobre la corrupción de la Gürtel. Curiosamente, los rivales directos de Sánchez son a la vez sus potenciales aliados tras las elecciones, especialmente después de que los independentistas se hayan borrado del partido de la gobernación de España.

Derecha e izquierda se juegan muchas cosas en estas elecciones. En el momento de la convocatoria, la encuestas detectan dos tendencias: la primera es un elevado nivel de movilización de los electores de PP, Ciudadanos y Vox frente a una cierta apatía de los votantes de Podemos y una corriente de concentración de voto útil progresista en la candidatura de Sánchez. En este contexto, la campaña electoral puede resultar decisiva para movilizar a los electores de uno y otro bloque. Y aquí cobra gran importancia cómo ha quedado el calendario. Las maquinarias de los partidos estaban trabajando ya a pleno rendimiento para las elecciones municipales, autonómicas y europeas. La implicación de los aparatos territoriales en las elecciones generales dependerá en buena medida de la sintonía de cada barón con el líder correspondiente, cosa que puede debilitar, y mucho, la movilización de los propios efectivos en los casos de Podemos, el PP y en menor medida del PSOE. Los partidos que se demuestren más cohesionados tendrán una ventaja competitiva más que evidente en esta peculiar convocatoria electoral. Igualmente, como se ha demostrado en las últimas semanas, la puja entre los partidos que rivalizan por el voto conservador trae una ola de crispación.

Finalmente, las elecciones ponen ante el espejo de sus incongruencias al bloque independentista catalán que ha hecho caer a Sánchez. Más que nunca en los últimos meses, esta campaña va a estar presidida en este bloque por el impacto emocional del juicio que se celebra en el Tribunal Supremo. El independentismo cabalga al trote hacia la inoperancia política que es el paso previo a la insignificancia. El miedo a ser calificados de traidores empuja a los líderes independentistas a concatenar una serie de errores, el último de los cuales ha sido abrir paso a un gobierno apoyado por Vox que les deja sin margen para llegar a acuerdos, El drama es que su mala cabeza no solo les laminará a ellos electoralmente, sino que puede dejar a todos los catalanes sin el autogobierno actual según cuáles sean los resultados del 28-A.