El populismo se sostiene gracias al voto de los despreciados por el sistema. Repasemos la sociedad que tenemos, la que consentimos cada uno de nosotros. Una escuela pública renqueante, incapaz de ofrecer al alumnado de los barrios más desfavorecidos una educación que les permita encarar el futuro en igualdad de condiciones con el resto, al no poder contar con los mismos recursos tecnológicos. Una sanidad pública lastrada por unas insostenibles listas de espera que alarga el dolor y la incertidumbre a quienes no pueden pagarse un seguro privado, que son una inmensa mayoría de los ciudadanos de nuestro país. Viviendas que se comen los ingresos de los trabajadores precarios. Pisos insalubres para tantos que sobreviven en la economía sumergida porque muchas veces no tienen otra opción. La cultura convertida en un coto para privilegiados. La distracción permanente como salvoconducto a la ignorancia, la mutilación del pensamiento crítico. Y, al fin, la incertidumbre, en todos los sentidos, como compañera de vida.

Si tantas carencias, tantos horizontes velados, es todo lo que ofrece una democracia consolidada, ¿puede extrañarnos el triunfo de los vendedores de crecepelo? Frascos de elixir milagroso que contienen buenas dosis de rabia hacia un sistema que va dejando ciudadanos por el camino. No hay democracia sin un estado de bienestar sólido. H

*Escritora