En los últimos años se ha extendido la añoranza de tiempos pretéritos en los que la construcción europea disfrutaba de destacados líderes. Lo eran Helmut Kohl y François Mitterrand al mando del eje franco-alemán, motor de la unificación y el entendimiento de los europeos. Lo era Jacques Delors que llenaba de proyectos e ideas la Comisión que presidía. Lo era Felipe González. O Altiero Spinelli y su Club Cocodrilo.

Grandes líderes en el pasado, pero hoy, ¿cuenta la Unión Europea con suficiente liderazgo? ¿Basta con que la gobiernen gestores eficaces? Decía Xavier Vidal-Folch meses atrás que la europea es «la Administración más eficiente y productiva de toda Europa, apenas más nutrida que el Ayuntamiento de París o el Bundesbank, y la más transparente». ¿Es suficiente? ¿La añoranza del liderazgo del pasado se debe únicamente al hábito humano descrito en los versos de Jorge Manrique? No, la buena gestión no puede reemplazar el liderazgo. En los asuntos europeos acaso falten esos soñadores que descubren su buen rumbo y su buen ritmo, que no se conforman.

En el interesante libro Elogio de la mediocridad, publicado en 2014 por Evelio Moreno, se reflexiona sobre si un buen gobierno democrático debe, o puede, fundarse en la mediocrità que, según su prologuista, José Manuel Bermudo, conviene traducirla actualmente por la medianía. Esa opción de gobierno nos retrotrae al in medio virtus, de Aristóteles. Una idea que se confronta con el derecho a ser gobernados por los mejores, de la tradición liberal. ¿Mejor medianía o mejor excelencia? ¿Ser gobernados por Pericles, Augusto o Antonino Pio era ser gobernados por medianías o por los mejores de la época? Un ejemplo de gobierno de los mejores fue la conjunción republicano-socialista que tuvo España entre 1931 y 1933. La síntesis de las virtudes republicanas y de los valores socialistas. Reforma agraria, modernización de la sociedad, extensión de una educación homologable con la de los países más avanzados, laicidad. Manuel Azaña representó el paradigma del liderazgo.

Mi elogio es para el liderazgo, pero liderazgo no puede ser distanciamiento entre el líder y los ciudadanos. Liderazgo significa también que el líder escuche las demandas de aquellos que gobierna. Nada más alejado del despotismo ilustrado. Durante años participé en Bruselas en la evaluación de proyectos de investigación, de la Dirección General XIII de la Comisión Europea, y no puedo esconder cómo frecuentemente percibía una cierta sensación de incomodidad, en el trato altivo de algunos «tecnócratas» de las instituciones europeas. No debe ser así, pues el proyecto europeo tiene una tarea pedagógica inherente de convencer de su bondad y de los beneficios que reporta la integración supranacional para los pueblos de Europa.

EL GRAN HUMANISTA Erasmo de Rotterdam, precursor del europeísmo, publicó en 1515 su Elogio de la locura, cuyo título original en latín era Stultitiae Laus, o Morias Enkomiun en griego. Una obra que dedicó a Tomás Moro, llena de juegos de palabras y dobles o triples significados (incluso cabría traducir su título por «Elogio de Moro»). Era un alegato contra los poderosos de la sociedad y las jerarquías de la iglesia de su tiempo. Erasmo hace una crítica ácida de los dirigentes que por serlo se consideran superiores a los demás, y se refiere a la locura entendida como tontería; la locura de los pedantes, la locura que elogia la ceguera, dice.

El líder es un servidor público, como lo es también todo funcionario. El líder se debe a los ciudadanos, y su misión se sublima cuando consigue transmitirles emoción y pasión por los proyectos colectivos. Así pasa en casi todos los ámbitos sociales.

Tal es el caso concreto de las relaciones entre profesores y alumnos. Un ejemplo claro de esta relación entre un profesor con liderazgo y sus estudiantes lo plasmaba Peter Weir, en 1989, en la popular película El Club de los poetas muertos. Robin Williams encarnaba allí la figura de un profesor, o maestro, carismático que hacía que sus estudiantes se emocionasen, se comprometiesen, con las clases que les impartía. La relación abierta entre el profesor y sus alumnos, sin rigideces artificiales, que elimina distancias que dificultan el aprendizaje. En el reputado texto How College Affects Students, los prestigiosos pedagogos Patrick Terenzini y Ernest Pascarella muestran cómo las relaciones informales, próximas, entre profesores y estudiantes mejoran mucho el aprendizaje y la calidad de la educación que reciben estos últimos.

A propósito del liderazgo, si dirigimos ahora la mirada a lo que ocurre en los campus universitarios, pueden obtenerse importantes conclusiones. Lo son porque acaso las universidades sean --o deberían serlo-- el corazón que haga fluir las ideas y los avances por el cuerpo de la futura Europa. ¿Basta con que los dirigentes de las instituciones universitarias sean buenos gestores y salven obstáculos financieros, o que ocupen agendas interminables con programas de actividades llenos de actos protocolarios?

QUIENES DIRIGEN las universidades tienen que dar ejemplo, ser un referente para toda la comunidad docente y discente, tienen que mirar hacia delante e imaginar el futuro. No es suficiente con que sean «buenos gestores», acaso ello sea necesario, pero no es suficiente. Tienen que ejercer liderazgo en su universidad. El dirigente universitario ha de escapar de la rutina y de lo previsible, ha de dar valor pedagógico a sus actos. El dirigente universitario ha de orientar el futuro de la institución con su visión. El dirigente universitario ha de preocuparse de que la formación y los valores educativos que la institución transmite a sus alumnas y alumnos sea ejemplar, impregne su comportamiento de manera duradera. Esta fue una verdadera obsesión para mí, en mis tiempos de rector de la Universitat Jaume I. Deseaba cada día anticiparme al tiempo presente, llenar el aire que respiraba de sueños y nobles ambiciones: su modelo educativo fundado en principios pedagógicos avanzados y apoyados por medios tecnológicos suficientes, hacerla homologable con los valores educativos europeos del entorno, disponer de un futuro campus donde la vida universitaria fuese plena…

El liderazgo estará constituido siempre por una amalgama de certezas y de dudas, pero sin liderazgo el camino por andar será mucho más tortuoso e inseguro.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I