Querido lector/a, en la vida hay circunstancias y cosas que cuando las ves y te enteras bien son tan dramáticas que en vez de que te inunde la tristeza (porque sería lo adecuado), te provocan una sonrisa de frustración o mala leche. Eso es lo que sentí y me pasó el otro día cuando por un par de vías (CCOO y PSOE) me llegó la información de que este año, 2017, se celebra el 25 aniversario de la Declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas que hizo del 17 de octubre el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza.

Digo mala leche, porque con toda la buena voluntad del mundo busque la resolución 4/196 del 22/12/1992, la que declaro y aprobó el mencionado día, y me encuentro que en su redacción dice: «observando que la erradicación de la pobreza y de la indigencia… se ha convertido en una de las prioridades…» Es decir, observo que es una declaración teórica, de simple intención, de indicación de una obligación moral, económica y política que, si te paras a mirar bien, te das cuenta que no esta en ninguna prioridad y sigue lejos de cumplirse.

Por cierto, no digo que desde entonces no haya mejorado el mundo. Seguramente, con datos en las manos se podar demostrar que, en general, no ha ido a peor. Pero es evidente que las instituciones publicas y los poderes privados que, como el económico también tienen responsabilidad social y obligación de ser decentes, no han situado en sus corazones, presupuestos, programas… la defensa de la dignidad humana, la obligación de cubrir las necesidades vitales de los seres humanos, la lucha contra la pobreza, etc. Y si alguien lo duda solo tiene que ver como la desigualdad se acentúa a todos los niveles, como el estado del bienestar se recorta, las políticas de inclusión social desaparecen y el necesario pacto de rentas que suba los salarios y las pensiones y redistribuya la riqueza, sigue ausente. Así es que, a la calle que ya es hora.

*Experto en extranjería