Este domingo comienza el tiempo litúrgico del Adviento. Es el tiempo que nos prepara a la celebración de la Navidad, la primera venida de Jesús, el Hijo de Dios, en Belén. A la vez, en este tiempo dirigimos nuestra mirada hacía la segunda venida de Jesucristo al final de los tiempos, con poder y con gloria para juzgar a vivos y muertos.

Esta doble perspectiva hace del Adviento el tiempo de la alegría y de la esperanza. La fe y vida cristiana, la creación y la humanidad entera adquieren sentido a partir de estos dos momentos históricos: la entrada de Dios mismo en nuestra historia, con el nacimiento de su Hijo, para desvelarnos que Dios es amor y comunicarnos este amor, perdonar nuestros pecados y devolvernos a la vida de Dios; y su Parusía, su venida al final de los tiempos, que llevará su obra de Salvación a su total cumplimiento.

El cristiano vigila y espera siempre la venida del Señor; se prepara para la Navidad sabiendo que Jesús ha resucitado y su Salvación están ya presentes en su Iglesia; y lo hace con la esperanza puesta en su venida definitiva. Esto despierta la fe y la vigilancia, lo que suscita el deseo de encuentro con el Dios, que viene a nosotros. El Adviento llama a la conversión, a volver la mirada a Dios. Necesitamos sentidos pobres de espíritu para abrirnos a Dios y acoger sus iniciativas.

Avivar la fe equivale a acoger al Señor presente entre nosotros en su Palabra, en los Sacramentos, en el prójimo, sobre todo, en el pobre, enfermo y necesitado, y en tantos acontecimientos de la vida. La vigilancia es atención y lucha ante el mal que nos acecha, y también expectación confiada y gozosa de Dios que nos salva y libera de ese mal.

Acoger a Dios presente entre nosotros aviva la esperanza. Benedicto XVI, en la encíclica Spe Salvi, señala que el hombre tiene diferentes esperanzas en las diver­sas épocas de su vida; «sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una espe­ranza que vaya más allá. Es evidente que solo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar». De esta gran esperanza, que es Dios, nos habla el tiem­po de Adviento. Cristo ha venido y viene para todos. Dejémonos encontrar por el Señor que viene. Dios se hace hombre para salvar a todo hombre y mujer; solo él puede colmar nuestro deseo de plenitud, de vida y de felicidad.

*Obispo de Segorbe-Castellón