La comparecencia de Carles Puigdemont en Bruselas mostró a un líder cegado por sus propios engaños, en plena huida hacia delante. No es de recibo acatar las elecciones del 21-D y presentarse ante Europa como un represaliado político. Es hora de que el cesado presidente catalán deje de lesionar la imagen de España y de Cataluña. Mientras en Barcelona las instituciones catalanas funcionan con normalidad, los funcionarios cumplen con su trabajo y parte del Govern ha acatado de facto la destitución decretada por el Gobierno central dentro del paquete de medidas decididas al amparo del artículo 155 de la Constitución, Puigdemont y seis exconsellers del Govern protagonizaron ayer una esperpéntica rueda de prensa en Bruselas en la que puso de manifiesto que se ha instalado en una realidad virtual. Puigdemont pretendía dejar en evidencia en Europa al Gobierno español, pero lo único que quedó retratado fueron su victimismo y su intención de proseguir con la escapada que ha llevado durante las últimas semanas a Cataluña a una vía muerta.

Puigdemont se esforzó, en cuatro idiomas, en dibujar un Estado español opresor y represivo, que aplica un artículo de la Constitución despótico y que lo persigue juidicialmente por sus ideas políticas. No explicó cómo es posible que las de los otros miembros de Govern que siguen en Barcelona no corran riesgos. Pero es un ejercicio baldío buscar coherencia en el discurso de Puigdemont, que al mismo tiempo dibujó un artículo 155 asfixiante y acató las elecciones que acabarán con su aplicación el 21-D, mientras en Barcelona PDECat y ERC se disponen a concurrir. La rueda de prensa fue impresentable y contraproducente. Impresentable porque las garantías que Puigdemont pide son las propias del Estado de Derecho, y porque el artículo 155 con fecha de caducidad diseñado por Mariano Rajoy no justifica un fantasmagórico Gobierno en el exilio. Y fue contaproducente porque la imagen que dio Puigdemont fue la de un líder a la deriva, que está cegado por sus propios engaños.

Ciertamente, Puigdemont afronta un complicado proceso legal. Mañana jueves y el viernes está citado a declarar a la Audiencia Nacional. Ayer dijo en Bruselas que no piensa rehuir la acción de la justicia. Así debe ser. La escapada que ha protagonizado el expresident debe llegar a su fin. Es hora de que Puigdemont asuma su responsabilidad política y judicial, si la hubiera. Y que deje de dañar de una vez a España.