La escalada en el estrecho de Ormuz, tan desbocada y llena de riesgos, se encuentra allí donde seguramente desearon desde el principio el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y los halcones de la Casa Blanca, que en el 2017 decidieron desengancharse del acuerdo alcanzado en el 2015 por Barack Obama con el régimen de los ayatolás. De igual manera, los duros de la república islámica han logrado tomar la iniciativa a través de las acciones de la Guardia Revolucionaria en detrimento del posibilismo encarnado por el presidente de Irán, Hasán Rohani, y han aprovechado el despropósito de la captura por el Reino Unido del petrolero Grace 1 cerca de Gibraltar para hacerse con el Stena Impero, de bandera británica. Aliñado todo con el consabido griterío de las cancillerías y la decepción de los europeos, arrastrados por Estados Unidos y el Gobierno británico a participar en una crisis que no desean.

Mientras el secretario del Foreign Office, Jeremy Hunt, enzarzado con Boris Johnson en la carrera por la sucesión de Theresa May, invoca la libertad de navegación para justificar el seguidismo de Londres y, de paso, marcar perfil en la lucha por el liderazgo del Partido Conservador, el entorno de la crisis recuerda cada día más las líneas maestras de la invasión de Irak en el 2003. Con el peligro añadido, entonces y ahora, de que el conflicto repercuta en el mercado energético, se dispare el precio del petróleo y la economía global se resienta más allá de toda previsión posible. No solo porque por el estrecho de Ormuz circula el 30% de las exportaciones de crudo, sino porque la elección por Estados Unidos de Arabia Saudí como base de su respuesta militar puede contaminar toda la región en plena disputa por la hegemonía entre Riad y Teherán.

Que tal cosa suceda es más un temor que una simple hipótesis, como lo es que los sucesos en el estrecho de Ormuz se conviertan en arma preelectoral en Estados Unidos, con el consiguiente alejamiento de la diplomacia. La voluntad expresada por la mayoría de precandidatos demócratas de resucitar el acuerdo nuclear con Irán es suficiente para que los estrategas de Trump alimenten la tendencia del presidente a recurrir a la grandilocuencia, las amenazas y los gestos rotundos, a jalear la solidaridad británica y a denostar a los demás aliados. Si esta ha sido otras veces su línea de conducta, no hay razón para que esta vez se comporte de forma diferente.