Ameno e interesantísimo el ensayo La España vacía. Viaje por un país que nunca fue, publicado por Turner, donde Sergio del Molino plantea la existencia de dos Españas contrapuestas: la urbana y la rural, esos pueblos dispersos meseta adentro, ensimismados bajo la tiranía del sol, a veces con una densidad de población equiparable a la de Laponia. La fractura entre ambas cristalizó durante lo que él llama el Gran Trauma, el éxodo masivo del campo a las ciudades a mediados del siglo XX, una sangría que Franco propició con su ansia por industrializar el país a toda prisa. Madrid, Barcelona y Vizcaya duplicaron o triplicaron su población, mientras el interior se convertía en un páramo.

Aunque la España vacía es más un estado mental, su mapa abarcaría Aragón, La Rioja, las dos Castillas, Extremadura y un buen gajo de la Andalucía y la Galicia interiores.

Siglos de abandono y miseria en territorios donde se hicieron trizas los sectores agrarios que no supieron adaptarse a la producción masiva. Pero hete aquí que el campo se tomó la revancha en la forma de una ley electoral que favorece las mayorías parlamentarias mediante la sobrerrepresentación de sus votos, una trampa de la que se han beneficiado tanto el PSOE como el PP -sobre todo este- sin traducirlo en mejoras directas.

Para eso están los barones: tú me votas y yo te traigo el AVE; es decir, el mal del clientelismo o la inmensidad de la nada. El malestar urbano, encarnado en Podemos y Ciudadanos, no ha podido quebrar un sistema enfermo de corrupción. Sería injusto limitar el libro de Del Molino a lo expuesto aquí, por reduccionismo, por la riqueza de meandros que sugiere la lectura.

Pero no logro quitarme de la cabeza una imagen recurrente, la de una España en forma de campana: la periferia, litoral y a lo suyo; en medio, el olvido; y en el mismo centro, un badajo, marmóreo e inmóvil, llamado Mariano Rajoy. H

*Escritora