El desarrollo de los acontecimientos en Venezuela ha complicado extraordinariamente la posición de España desde que Leopoldo López, su esposa y su hija menor fueron alojados en la embajada española. El Gobierno en funciones de Pedro Sánchez tiene sobre la mesa un difícil crucigrama que resolver: reconoce al presidente encargado, Juan Guaidó, pero nunca ha roto con Nicolás Maduro; se siente obligado a acoger a uno de los líderes de la oposición, pero ha declarado por activa y por pasiva que no apoyará una intervención militar. Al mismo tiempo, el silencio de Guaidó durante unas horas y el paso dado por López, protegido ahora por la extraterritorialidad de la legación diplomática, induce a pensar que el levantamiento ha quedado lejos de cosechar el éxito que se atribuyó en un primer momento, pero la amenazante declaración del secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, acerca de la disposición de su país a desencadenar una operación militar en Venezuela «si eso es lo que se requiere», justifica los peores vaticinios.

Mientras, las dudas sobre el grado de unidad del Ejército siguen sin resolverse y las movilizaciones de ayer se atuvieron a la pauta de las de los tres últimos meses, viva imagen de una sociedad al borde del enfrentamiento civil. Una situación que compromete todavía más los movimientos de la diplomacia española en un momento decisivo, porque tiene todas las trazas de ser el que dilucidará si el chavismo retendrá el poder o si este pasará pronto a manos de la oposición.