Los que no tenemos un temperamento exaltado intentamos comprender porqué pasan algunas cosas que nos irritan, o simplemente nos extrañan. Casi siempre se puede encontrar una explicación, aunque nos sorprenda. Pero hay hechos que son difíciles de aceptar: que una persona esté recluida en el corredor de la muerte en EEUU durante 15 años.

Dejando de lado, en este momento, la licitud moral de esta pena, el caso de Pablo Ibar es escandaloso. Ha estado, como he dicho, 15 años esperando la descarga eléctrica y ahora el Tribunal Supremo de Florida le devuelve la libertad. “Se violaron sus derechos”. Ah, muy bien. ¿Y ya está? Pero la realidad no es que el día de la sentencia estos derechos se violaron, sino que se han violado todos los días durante años.

Ni la cara del asesino era la suya ni eran sus huella dactilares las que le acusaban. El abogado de Ibar, ante la decisión judicial de retirar la pena de muerte, dijo que “hoy es un gran día para la justicia en Florida”. Yo pienso, por el contrario, que puede ser un buen día para el condenado injustamente, pero para la justicia es un día terriblemente negro. Es más que un descrédito absoluto. Y para la abogacía estadounidense aún más, porque la defensa del acusado nunca llamó a declarar a ningún experto para poder desmontar la acusación. “La pena de muerte es la señal propia de la barbarie”, dijo VÍctor Hugo, pronto hará 150 años, ante la Asamblea francesa. H

*Escritor