Carles Puigdemont, huido a Bruselas, libre de ir a cualquier parte del mundo menos España, es uno de los protagonistas de la campaña electoral que él desistió de convocar cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Encabezando Junts per Catalunya, los sondeos indican que ha logrado reducir distancias con ERC, cuyo cabeza de lista, Oriol Junqueras, prefirió afrontar la acción de la justicia en lugar de huir. Junqueras cumple hoy prisión preventiva mientras Puigdemont saca rédito electoral de la apelación a los más profundos sentimientos de los votantes independentistas.

En este contexto, cuándo y cómo regresará Puigdemont a Cataluña se ha convertido en motivo de elucubración política para todos los implicados en la campaña electoral. Desde el punto de vista sentimental, irracional, la llegada de Puigdemont por sorpresa a Cataluña y su consecuente detención, convenientemente planificada y difundida por redes sociales y medios de comunicación, podría tener un efecto imprevisible en el proceso electoral. Ante esta tesitura, no debe sorprender que Interior haya decidido blindar las fronteras en caso de que Puigdemont decida regresar y orquestar un acto electoral con su detención. El 1-O, las imágenes de las intolerables cargas policiales dieron la vuelta al mundo, y aún hoy son esgrimidas por el independentismo para legitimar una votación que careció de ninguna garantía democrática. De la misma forma, la lógica detención de Puigdemont tras darse a la fuga daría al expresident una carta propagandística de primer orden con la que alimentar su manido discurso victimista. Por eso resulta lógico que Interior prefiera la discreción.

El Puigdemont candidato actúa con la misma irresponsabilidad que el Puigdemont president.