Ramón María del Valle-Inclán tendría en el parlamento catalán un argumento ideal para una de sus novelas del esperpento, ese concepto literario que creó hace casi 100 años en el que recurría a deformar la realidad acentuando sus rasgos más grotescos. No sé si en su época podría encontrar modelos reales más adecuados para inspirarse y describir situaciones tan estrafalarias como la que están protagonizando algunos políticos dispuestos a todo por la supuesta panacea de la independencia.

Porque, como suele decirse, la realidad siempre supera a la ficción. Una de las extravagancias de esta carrera hacia al abismo a la que quieren arrastrar a los catalanes es su insistencia por convertir en el paradigma de la democracia su decisión de no cumplir las leyes que no se les acomodan, desoyendo a los tribunales que no les dan la razón. ¿De qué estamos hablando? ¿Que solo ellos están por encima de la ley? ¿Así empiezan a construir su supuesto estado? Peligroso inicio para el que consideran el único proyecto legítimo.

Otra de sus excentricidades es la de ignorar con pasmosa ceguera intelectual los desplantes que les han hecho los máximos representantes internacionales en su afán de presentarse como un país solvente más allá de las fronteras españolas. Como niños caprichosos solo escuchan lo que quieren, y hacen eso de «si no hago caso, no existe».

Se sienten orgullosos de ser los arietes de la desobediencia civil contra una sociedad que se caracteriza por la convivencia pacífica y democrática. Cuando dicen que el gobierno español coarta sus libertades, desprecian la de los millones de españoles que no encuentran sentido a ese dislate de escenario que han montado, en el que ponen contra la espada y la pared a quienes dicen defender: ciudadanos, empresarios... Y es más, entre los suyos quien no comulga con ellos es defenestrado...

Pero lo peor de todo es que dan por hecha la independencia. Están tan lejos de toda lógica, que los que en su primer simulacro de referéndum no alcanzaron el 50% de los apoyos, desprecian al resto de catalanes que no quieren ser independientes. Su deriva solo tiene un destino: la autodestrucción.

*Concejal y presidente del PP de Nules