Hace años, muchos, cuando coincidí con Julia Otero y Andreu Buenafuente en TV3, aún no existía Twitter pero las corrientes de simpatías y antipatías circulaban igual que siempre. Por eso sabíamos que en algunos círculos nos llamaban el trío de españolistas; no dábamos la talla de pata negra que algunos exigían —y exigen hoy aún más— para expedir el certificado de buen patriota. Fue en esa época cuando a un avispado directivo se le ocurrió sugerir que a los invitados españoles que no hablasen catalán se les podría colocar un pinganillo para la traducción simultánea.

Daba igual que fuese Felipe González, Ana Belén o Emilio Butragueño. Dijimos que no, porque una cosa es entrevistar a un científico alemán o a un escritor francés y acompasar el diálogo a los sistemas técnicos que permitan entenderse, y otra muy distinta forzar la realidad de una sociedad donde dos idiomas —catalán y castellano— conviven de manera normal y fluida. Al final no se hizo y no creo que eso mejorara nuestra imagen entre los críticos que ya teníamos, dentro y fuera de la casa, pero ¡qué le vamos a hacer! También había mucha gente de acuerdo con nosotros, y eso que jamás actuamos como lobi.

Me he acordado de ese episodio a propósito de la reciente bronca por la serie Drama y por la —supuestamente— excesiva presencia del castellano en TV3. Y he vuelto a pensar que es una pena que en un país con más de un idioma de uso común haya gente que se empeñe en convertir esa riqueza en un problema. Ese país al que me refiero es Catalunya, donde algunos hiperventilados —incluso con mando en plaza— siguen soñando con un paisaje monolingüe, ninguneando el castellano y presentándolo como una suerte de lengua opresora; pero también me refiero a la España que desprecia todo lo que no sea castellano, con esa caspa imperial y cuartelera tan visible en determinados ambientes de Madrid. Me desanima mucho que la lengua se convierta en arma arrojadiza y elemento de división. Estoy jodido. Estic fotut.

*Periodista