Umberto Eco anotó que el sida recuperaba el espíritu romántico de la tuberculosis decimonónica, Chopin tecleando bajo el bacilo. También hay un estilo covid, que ha infectado el columnismo de confinamiento. Exige colorido doméstico, especificar si el asiento es mullido, determinar la distancia a la pared más allá de la ventana. Sin olvidar una alusión tecnológica, nada sería más infamante que la sospecha de estar leyendo a Tolstoi, cuando se dispone de Zoom o TikTok.

Es opcional definir una pareja borrosa, pero imprescindible la mención a los niños, las nuevas mascotas una vez que los perros han sido elevados a reyes de la casa. No se ha abundado en la conciliación excesiva, aneja al deseo de una aplicación que permitiera desconectar temporalmente a los seres incansables.

El estilo covid se inicia con Chopin y desemboca en Wagner. Desde su cocina, el articulista confinado debe irradiar un vibrante «volveremos a ser como antes», aunque nada horrorice tanto al hipotético lector como el reencuentro con el columnista de antes.

La añoranza ha de centrarse en un paisaje, un cóctel, cualquier miseria que confirme la soporífera existencia del artista de la pluma cuando no dispone de una pandemia a mano. Y en la traca final, el trabajador intelectual que ha sido el último en salir de la cueva rendirá un encendido homenaje a los repartidores a domicilio. Cuánto estilo.

*Periodista