Un recurso habitual, entre los grupos de amigos, es hacer planes para el día que se acabe esta situación extraordinaria. La palabra fiesta o, con ampliación eufórica, fiestón está en boca de todos. El imaginario colectivo prevé grandes bacanales, banquetes multitudinarios y una considerable ingesta de alcohol. Una especie de exorcismo pantagruélico que sitúa la acción en una verbena sin fin y con una gran cantidad de muestras de efusividad.

¿Será así? ¿Saldremos de esta peste contemporánea y global como los confinados medievales, con un deseo irrefrenable de disfrutar de los placeres más diversos, de vivir en la inmediatez lujuriosa del presente?

Ese deseo es muy probable -a medida que pasan las horas crece el abatimiento y, en consecuencia, se incrementa la necesidad ineludible de una justa reparación física y psíquica-, pero las informaciones que recibimos nos hablan de salidas escalonadas, de futuros confinamientos temporales, de prevenciones múltiples antes de que llegue una vacuna que pare definitivamente (?) el golpe. Es decir, nos tocará vivir lo extraordinario como si fuera ordinario. Esta es la clave que marcará los meses a venir: administrar el temor, aprender a convivir con él.

*Escritor