Una oleada de fanatismo recorre el mundo. Recorre y sacude. Un mundo que, tras el siglo XX debería haber aprendido a valorar las caricias y la razón, en lugar de regresar a los instintos más bajos y las bravuconadas. Será que somos la reencarnación crónica del mito de Sisifo, condenado eternamente a cargar con un peso insoportable. Una y otra vez. Cuando consigue alcanzar la cumbre y ver la luz, vuelve a caer, vuelta a empezar.

Recientemente ha sido noticia que las autoridades rusas han descartado rebautizar el aeropuerto de Kaliningrado (antigua Königsberg, ciudad natal del pensador universal Inmanuel Kant) con el nombre del insigne filósofo. Pero no solo ha sido un rechazo a modo de simple desconsideración (hecho que también podría resultarnos descortés y lamentable). El tema es que fue rehusada su candidatura con innecesaria crueldad y exagerado ensañamiento. Atentados y vandalismo contra los monumentos y vestigios que rinden honor a su memoria han protagonizado uno de los episodios más patéticos en ese enclave del mundo. Hasta el extremo de que un vicealmirante ruso de las tropas ubicadas en el Báltico pronunció una arenga apelando claramente al odio, la xenofobia y toda suerte de vergonzantes barbaridades.

LLEGÓ A DECIR que las obras de Kant, estudiadas en todos los centros educativos del mundo donde el fanatismo no imponga sus dogmas, nadie de los presentes -tropas de uniforme en formación-- habrían leído ni leerían nunca por resultar incomprensibles.

La arenga militar debió ser un esperpento pero la carga de profundidad que encierra no solo causa rubor o vergüenza ajena, lo que provoca es miedo físico o un prepánico alarmante. En la cuna del pensamiento ilustrado. En las coordenadas de la reflexión racional al servicio de la civilización humana, se exhibe el ultraje a la persona que simboliza la defensa moderna y contemporánea de la dignidad humana.

Kant ha sido vilipendiado por ser literalmente «extranjero» en su ciudad natal. Antigua Prusia y anexionada después por la actual Rusia. Precisamente Kant, cuyas ideas entorno a la necesidad de construir un orden internacional basado en la federación de estados y, más allá, en la conformación de una sociedad civil cosmopolita que evitara las guerras, son hoy más necesarias que nunca. El ideario de este pensador trasciende países, colores, ideologías, sectarismos y todo aquello que amenaza nuestro mundo. El hombre que dijo que cada ser humano es un fin en sí mismo y no un medio ni un instrumento para conseguir otro tipo de fines. El fin y los medios forman parte de la misma dignidad innegociable de cada individuo. Que la ética y la estética de un salvapatrias cualquiera discrepe de ello puede no resultar extraño. Que forme parte de una desatada rabia colectiva, profundamente preocupante. Inevitable recordar la frase atribuida al fundador de la legión, Millán Astray: «Muera la inteligencia». O aquella que decía: «Cuando oigo la palabra cultura, se me va la mano al correaje». En fin, siempre nos quedará la réplica atribuida a Unamuno: «Venceréis pero no convenceréis». En definitiva, que ni venzan ni convenzan.

*Doctor en Filosofía