Querido/a lector/a, lo último de Felipe González me provoca dolor, como el de muelas pero en todo el cuerpo. Me refiero a eso de que «como los jóvenes, yo también siento orfandad representativa». O dicho de forma: que ahora aquí y en política, no se siente representado ni por el PSOE ni por Pedro Sánchez. Opinión que, además, dicha a las horas del acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos, parece que la cosa rasca.

Bueno. Personalmente no tengo ninguna retranca contra González. Incluso, a pesar de que le podríamos hacer una lista de contradicciones y de incoherencias, reconozco que ha sido un personaje clave en la vida política en democracia. Tanto es así que estoy dispuesto a reconocer que sus gobiernos y gestión están vinculados a la idea de cambios, modernidad o superación de atrasos. Además, ha tenido la virtud de mantenerse cerca de la política y de ser un referente de lo que podríamos llamar la Internacional Socialista.

No obstante, para mi gusto y creo que para el bien del PSOE, alguna vez sus comentarios y protagonismos son excesivos e inapropiados. Y con ello no le niego el derecho a opinar, más bien se lo exijo porque es necesaria su experiencia, pero desde una forma prudente. Debe entender que ni el mapa político, ni los votos, ni el PSOE, es ya lo mismo, y que los jóvenes que llegan a la dirección del PSOE tienen derecho a atreverse y a equivocarse. Al fin y al cabo todos saben que ha sido como Dios y no necesita discrepar en público para afirmar su valía. Y más, cuando tiene línea directa con Ferraz y la Moncloa. Por lo tanto, ahora, no estaría mal ejercitarse con un magisterio tan sabio como humilde, mesurado y discreto. Por ejemplo, no como Aznar, sino como Zapatero.

*Analista político