Antes de que se hablara de turismo en Castellón, que ahora constituye un hecho natural y una noticia habitual en los medios informativos, con el protagonismo de la capital y de muchísimos otros enclaves de la provincia, a través de las instituciones oficiales o de las agrupaciones de vecinos, Castellón ha tenido muy estimables fiestas de verano en otros tiempos pasados. Durante muchos años, el acontecimiento festivo se situó en estos primeros días del mes de julio, en la conmemoración de la defensa de la ciudad contra las fuerzas carlistas de Cabrera, en el año 1837. Después, entre los años 40 y 60 tuvieron protagonismo las fiestas de junio. Y desde siglos, los castellonenses celebraron siempre las fiestas en agosto, en los días de la Virgen de Agosto y de San Roque. Imágenes muy distintas a las de Castellón de hoy y, para mí especialmente, tan distintas en su ambiente y localización, cuando ya he comenzado a disfrutar del verano y del veraneo, plantando castillos de arena en el entorno de la playa de la Almadraba, en Benicàssim, donde una de mis grandes fiestas es la que constituye el hecho de ver, cada día, el humo de los barcos.

EN JUNIO, después de la Guerra Civil, se crearon unas nuevas fiestas de verano que se iniciaban con un acto en el que entre el volteo de campanas y el sonar de las sirenas que se había utilizado para la alarma aérea, se izaba la bandera nacional en lo alto del campanario cada 13 de junio. Todavía entonces, ese mes inicial del verano parecía el más propicio para organizar festejos, no solamente de cara a los mismos castellonenses, sino también para atracción de forasteros, que mucho interesaba a los comercios. Y volvieron a celebrarse, como en tiempos anteriores, certámenes de bandas de música, de las que, ya en 1943, participaron siete de la primera sección y doce de la segunda. Además, se adornaron las calles, se celebraron bailes y verbenas en los distintos barrios, empalmando ya con las fiestas de la Magdalena y su comienzo, en tiempo moderno, en 1945, donde también La Pérgola fue imprescindible.

Arraigadas las nuevas fiestas, en los años 50 y comienzos de los 60 alcanzaron su máximo esplendor con la llegada de los Festivales de España, con funciones nocturnas en la plaza Mayor, en un gran escenario que se levantaba frente al Ayuntamiento.

EL ESCENARIO. En el nuevo escenario, la compañía Lope de Rueda, ofreció allí un repertorio de obras clásicas. En 1962, la Lope de Vega, que dirigía el mítico José Tamayo, ofreció un ciclo teatral comenzando con la obra Fuenteovejuna. Y en 1963, se combinaron las conferencias de ilustres personalidades con una representación de la obra El perro del hortelano y el cierre, con una memorable actuación del ballet de Marienma.

En estas fiestas, no faltaron los castillos de fuegos artificiales y la popular traca final, con la muchedumbre juvenil corriendo bajo o detrás de su fuego por las calles de la pequeña y singular ciudad, que acababa de superar los 50.000 habitantes, cifra redonda.

LLEGÓ EL VERANO. Hay que recordar el hecho de que la ciudad de Castellón ha contado desde siglos con unas fiestas veraniegas más tradicionales y arraigadas que ningunas, entorno a estas fechas de mediados de agosto. Tenían una doble celebración desde muy antiguo: de un lado la gente se iba al pinar, la alquería o el maset, también a las casetas de madera de la playa, a pasar los días en fiesta continua y las noches al raso o a cubierto, siguiendo la juerga más que durmiendo.

El Eco del Mijares del 15 de agosto de 1857 dice:

«La playa de nuestro Grao presenta una perspectiva deliciosa, particularmente por las tardes en que la afluencia es mayor. No cabe duda de que la afluencia subirá de punto el sábado y domingo próximos en que se solemniza la fiesta de San Roque, según la costumbre de todos los años. Ese día 15 es jueves y el sábado… el gos, como se llamaba popularmente esa prolongación.

Durante las fiestas de Castellón, en 1887 se inauguró la Plaza de Toros y aumentaron los atractivos festivos con aquellas grandes corridas con los mejores toreros en el cartel. La inauguración tuvo lugar el día 3 de julio de 1887, siendo autor del proyecto de construcción el arquitecto Manuel Montesinos Arlandis.

La Plaza de Toros de Castellón no es una obra que tuvo carácter oficial. Fue consecuencia del esfuerzo y riesgo personal de un grupo de aficionados, de un pequeño grupo de ilustres castellonenses, a los que debemos el homenaje de reproducir el contenido de la lápida conmemorativa que acabo de ver en el patio de la Plaza. Y copio lo escrito: «Recuerdo homenaje a Joaquín Calduch Roig, Hipólito Fabra Adelantado, Joaquín Fabregat Viché, Juan Fabregat Viché, Luciano Ferrer Calduch, José Ripollés Llorens, quienes movidos por su gran afición a la fiesta nacional, construyeron esta magnífica Plaza de Toros.

EN LA PLAYA, la fiesta veraniega de pasar unos días en la playa, ha sido siempre para las gentes de Castellón algo inolvidable.

Visitante habitual de la librería Armengot, el doctor Genaro Compañ me contaba anécdotas de su vida de estudiante en Barcelona. Y ponía el acento al destacar sus vacaciones de verano en la playa de Castellón: «Mi escenario era la playa del Pinar, con sus casetas de abigarrados colores que se alineaban a lo largo de su curva, a veces en una fila y otras, en años de mucho éxito, en dos filas. Los ocupantes parecían bien nutridos y dichosos. Y puedo afirmar que lo eran de verdad. Dentro de las casetas había, por lo general, una improvisada cocinilla en la que se elaboraban excelentes guisos. Y como todas tenían una especie de sombrajo, allí se cobijaban las familias para comerse suculentos arroces con pollo».