Hace algo más de diez años me planteé que si somos creyentes, deberíamos entender la justicia como las Sagradas Escrituras de cada religión la presentan, como la conformidad de nuestro comportamiento a las normas y juicios de Dios según los entendemos de nuestro estudio de dichas Escrituras; y eso debería afectar a nuestra forma de vivir la vida, a nuestro comportamiento cotidiano, porque no es sincero relegar a la vida interna, al pensamiento, a la conciencia, las cuestiones religiosas o espirituales excusándose con que son muy íntimas y personales. La alternativa está, entre creer en su realidad, es decir, que las normas de Dios son la verdadera expresión de su voluntad, hechos reales, o bien que son suposiciones o creencias.

Pero lo cierto es que, en la calle, no se practica ni se ve la justicia del modo que acabamos de expresar, ni siquiera por parte de los creyentes en el libro, católicos, protestantes o judíos. Y no se ve así porque no se está seguro (es una forma suave de decirlo) que, en efecto, haya habido verdaderamente una revelación, y que, en su caso, detrás de ella esté Dios o, más bien, que todo sea una creación cultural humana. En realidad, la religión se ha secularizado, se ha convertido en cultura.

No sucede lo mismo con el islam en el que la mayoría de los que han nacido en él están mucho más imbuidos de sus principios y hay algunos que no solo viven en él y para él, sino que mueren y matan por él y para él. Es lo mismo que pasaba en el entorno cristiano hace más de 500 años.

Pero lo que es completamente cierto es que, todos, judíos, cristianos y musulmanes nos movemos en un entorno cultural que ha tenido y tiene en cuenta los principios, las costumbres, las normas y la práctica que se derivan de las Sagradas Escrituras y de la tradición sobre las mismas.

No tenemos más remedio que admitir que la costumbre bíblica, los dichos de los profetas, es lo que es justicia para nosotros o, dicho más exactamente, algunas de las costumbres y normas bíblicas han conformado nuestra actual forma de ver la justicia. Pero nos ha ido bien. La cultura occidental ha triunfado sobre otras culturas; nuestros países, por las armas, por los genes o por los gérmenes han invadido, conquistado y dominado a otros países. ¿Es eso justo? ¿Qué justicia superior podría consentir una historia humana en la que sólo el poder, la dominación y la fuerza han tenido acción directa sobre la historia? Todo ello a costa de la muerte de millones y millones de otros seres, los dominados. Pero esos dominados, algunos, tuvieron tiempo de reproducirse y puede llegar la venganza, como alguien señala, mediante el choque de culturas y civilizaciones.

A nivel individual la sabiduría que destilan las Sagradas Escrituras nos beneficia, especialmente, cuando ponemos en vigor las normas y las costumbres que se derivan de ellas. Las leyes y los códigos legales actuales en vigor, rezuman conceptos, normas e instituciones bíblicas. Una de las 600 normas de La Ley (la Tora) dice “y tendrán que vivir por ellas” como en efecto así sucede cuando se ponen en práctica, porque parece que hacerlo da buenos resultados para el individuo, para la vida familiar, para las relaciones con otros.

Pero, por otra parte, si no es cierto que el concepto de justicia es algo dado desde arriba ¿por qué se ha mantenido y por qué estamos interesados en mantener la religión? ¿por qué, por interés o sin él, la religión organizada perdura? La respuesta es, porque la religión es cultura. La religión ha sido el almacén de la cultura y de las costumbres ¿Dónde estaría la cultura filosófica griega si no hubiese sido transmitida por los musulmanes, en árabe?

Y, además, la práctica de los principios religiosos está de acuerdo a los últimos descubrimientos de la ciencia, porque vemos que la cooperación retribuye; que el buen comportamiento produce resultados; que el altruismo nos ayuda a tener éxito; que el compartir nuestros bienes nos proporciona un seguro para cuando no tengamos; que la reciprocidad nos mantiene en el grupo; de modo que la costumbre y la moral de los pueblos puede ser derivada de todo ello, el concepto de justicia se materializa en hacer, dar y comportarse de acuerdo con lo acostumbrado.

Los que vivimos y nos hemos reproducido tenemos claro que hemos tenido éxito evolutivo, pero ¿cuál ha sido el factor clave? La cultura, que comenzó con las costumbres que practicamos. Pero las costumbres, cuando su práctica comienza a ser exigida, en realidad, controlan la conducta de la familia o grupo social. Si no se exigieran ¿serían tales costumbres o, sencillamente, serían actos repetidos por algunos que no tienen trascendencia más allá de esos mismos? El poso de la religión continúa teniendo valor para la vida de los que ya no creen que la misma sea algo más que solo costumbre y cultura pues con ellas guía nuestro comportamiento a través, incluso, del derecho positivo.

Pero si se trata de costumbre y de cultura y no de principios procedentes de un ser superior, es preciso hacernos la pregunta de si hay necesidad de un principio regulador de los comportamientos, a la que tendremos que dar respuesta en una próxima ocasión.

*Doctor en Derecho