Se acaba la Semana Santa más atípica de nuestra memoria colectiva y, con ella, se pone punto final a las medidas extremas del confinamiento, que no al estado de alarma. Aún está muy lejos la normalidad. Seguimos confinados, pero el mundo laboral se abre más allá de los trabajadores esenciales. Todos los que no puedan acogerse al teletrabajo y no estén empleados en algunos de los sectores vetados por el estado de alarma podrán volver a incorporarse a sus puestos.

La elección de estas dos semanas de confinamiento total por parte del Gobierno de Pedro Sánchez no ha sido una casualidad, se trataba de jugar con el calendario para alcanzar mínimos de movilidad y causar el menor daño posible al mercado laboral. La coincidencia con la Semana Santa minimizaba el golpe a una economía que ya se encuentra bajo mínimos. Encontrar el equilibrio es una ecuación endiablada. Es obvio que un confinamiento total y prolongado frenaría al máximo las posibilidades de contagio, el problema es que cada día que pasa la economía se lastra un poco más. Desde que se declaró el estado de alarma, cada día que pasa hay más afectados por un ERTE. Los sindicatos advierten de un alud de despidos «oportunistas». De nuevo, la amenaza de las persianas bajadas, de los desahucios, de la pobreza se cierne sobre una sociedad que aún tiene muy presente la gran recesión del 2008.

Aunque el número de víctimas sigue provocando escalofríos, más de 16.300 vidas perdidas, es evidente que el confinamiento ha dado sus frutos. La media de fallecidos al día va disminuyendo. El pico más alto ya pasó en todas las autonomías. Se ha conseguido evitar el colapso total de los hospitales, especialmente gracias a su capacidad de improvisar ampliaciones de UCI y al compromiso de los sanitarios. Madrid y Barcelona se han convertido en las dos ciudades del mundo donde más ha caído la movilidad. La población ha respondido con creces a la petición de reclusión.

La misma OMS que felicita a España por el descenso de la pandemia, también advierte sobre los riesgos de levantar las restricciones de forma precipitada: «Puede conducir a un resurgimiento mortal». La incorporación de más gente a sus trabajos comporta riesgos. Para tratar de evitar el repunte, Sanidad recomienda el teletrabajo y evitar el transporte público siempre que sea posible. Interior repartirá 10 millones de mascarillas para los usuarios del transporte público a partir de mañana.

Son malos tiempos para los dogmas y las verdades inmutables. Como señalan algunos expertos, es posible que entremos en un periodo de vaivenes. Las autoridades deben estar vigilantes para reaccionar rápidamente a los ataques del virus y reorientar las medidas adoptadas en función de la evolución de la pandemia, sobre todo, ante el menor indicio de un cambio en la tendencia a la baja de contagios. Hay que estar dispuestos a dictar y aceptar nuevos confinamientos temporales en caso de necesidad. Hasta que venzamos al covid-19, la flexibilidad y la precaución deben marcar la desescalada.