Querido/a lector/a, estos días y en todas partes, hemos hablado de fútbol y de Francia. Algo lógico y habitual, en España el fútbol siempre tiene entidad y, además, estábamos metidos en medio de una Copa del Mundo que ha ganado Francia. Pero sobre todo, porque de fútbol en España se habla siempre y en todas partes: en la barra del bar, en la universidad, encima del andamio…

Pero la cuestión, y por eso escribo este comentario, es que, al mismo tiempo y también en Francia, se tomaban unas decisiones esenciales para los ciudadanos del mundo que no pueden pasar desapercibidas.

La primera tiene que ver con el hecho de que la Asamblea Nacional de Francia ha aprobado cambiar la Constitución para suprimir la palabra y el concepto de «raza». Entre otros motivos por ser un término científicamente infundado, jurídicamente inoperante y, demasiadas veces socialmente excluyente.

La segunda decisión tiene que ver con una sentencia del Consejo Constitucional de Francia que afirma que, si facilitar la entrada de un extranjero irregular en Francia es ilícito, ayudar por razón o causa humanitaria a las personas ya presentes en territorio nacional, sean de donde sean y tengan o no papeles, no solo no es un delito, sino que constituye un acto de respeto a la necesaria y universal fraternidad humana.

Esta es la Francia que debe proyectarse en la historia y a la que quiero. La que en medio de un mundo repleto de contradicciones, de nacionalismos individualistas e insolidarios, toma decisiones y dicta sentencias que suponen una pequeña y digna caricia sobre la faz del otro, del diferente, del ignorado. Un detalle que empalma con el mejor espíritu de la revolución francesa, me refiero al que habla de los derechos del ciudadano y manda un mensaje de humanidad y esperanza.

Sigamos avanzando hacia la consecución de la divisa más digna de la historia: Liberté, Egalité, Fraternité.

*Analista político