Estamos viviendo momentos de dolor, de sufrimiento y de oscuridad. Hemos sufrido muy de cerca la muerte de familiares, amigos y conocidos a causa del covid-19. Ahora que ha amainado la pandemia y las circunstancias lo permiten, como Iglesia diocesana queremos rezar por todos los muertos a causa del coronavirus. Será el próximo sábado, día 27 de junio, con un Funeral en la Concatedral de Castellón a las 11.00.

En estos momentos miramos a Dios y confesamos nuestra fe: «Señor yo creo en la otra vida, la eterna». Porque esta vida terrenal se nos va de las manos; lo hemos visto estos días con toda su crudeza. Esta vida hemos de cuidarla y vivirla al servicio de los demás; es buena y bella, porque está hecha por Dios. Pero cuando la muerte llega por sorpresa y tan numerosa, nos parece injusta. Y en realidad es así. La muerte no la ha inventado Dios. Dios es el Dios de la vida. Y su Hijo, Jesús, ha muerto para mostrarnos que la muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado humano. Él se ha ofrecido libremente en la Cruz por los pecados de todos. Y, resucitando, ha vencido la muerte. Así nos ha abierto el camino de la vida eterna.

La muerte es nuestro problema fundamental en el camino por esta vida. La fe y la oración nos abren un portillo de luz y de esperanza en Dios. Dios ha estado muy cerca de los que han sufrido la enfermedad y la muerte. Ha venido en su ayuda para ofrecerles en Cristo otra vida: la vida que no acaba. A partir de esta certeza de fe oramos a Dios por nuestros hermanos difuntos ofreciendo por ellos el Misterio pascual.

La persona humana no es un ser para la muerte, sino para la vida eterna y feliz. En el sufrimiento no olvidemos que nada, ni tan siquiera la muerte, nos puede separar del amor de Dios, ofrecido en Cristo, muerto y resucitado. Él es nuestra esperanza y nuestro consuelo. Dios nunca nos abandona.

*Obispo de Segorbe-Castellón