El fútbol de la Primera División regresa hoy tras un paréntesis de tres meses. Es una nueva señal de la recuperación de una cierta normalidad -y de los límites de esta-. Otro engranaje que vuelve a girar tras la parálisis impuesta por la necesidad de congelar el país para frenar la propagación de la epidemia del covid-19. Regresa la competición deportiva que moviliza a más seguidores y espectadores. Pero no otras, empezando por la misma liga femenina de fútbol, en un recordatorio de que la consideración de esta categoría, incluso en el año que parecía el de su consolidación, aún tiene un largo trecho que recorrer para lograr una mínima equiparación.

La reactivación de la competición de la Liga española es un símbolo de normalidad. Nueva normalidad, si se quiere. Pero por encima de todo es una más de las imprescindibles deshibernaciones de las distintas actividades económicas, una vez garantizadas las mínimas condiciones sanitarias, que no las ideales. La economía de los clubes, la viabilidad del mercado de derechos televisivos, incluso el oxígeno que supone para los bares que ofrecen el fútbol televisado, con una afluencia estrangulada por las limitaciones de aforo, son razones suficientes para que la pelota, y toda la economía que gira a su alrededor, vuelva a rodar.

El fútbol regresa por todos estos motivos. No porque los entrenamientos que se han ido reanudando en distintos formatos al ritmo de las distintas fases de la desescalada hayan permitido que los equipos vuelvan a estar al nivel necesario para la competición. De hecho, una de las preocupaciones, con el impacto que puede tener además en la desvirtuación o no de la competición deportiva, es la elevada probabilidad de que la falta de preparación y el ritmo acelerado de partidos, jornada tras jornada sin apenas posibilidad de recuperación física, pueda desencadenar una racha de lesiones. Por no hablar de la posibilidad de brotes que puedan afectar a algún equipo y que obligarían a replantear mucho de lo previsto.

El inicio hace ya varias jornadas de la competición de la Bundesliga nos ofrece un atisbo de qué fútbol nos espera. Sin (de momento) público en las gradas, con restricciones de contacto entre los jugadores (al celebrar los goles pero no, se supone, en el contacto físico inherente al juego), con recursos escenográficos para dar un mínimo de calor a las gradas y efectos de sonido para dar intensidad a las retransmisiones, es de esperar un espectáculo con un aura de irrealidad a la que nos costará acostumbrarnos. Muy lejos de las pasiones que despierta este deporte, y más cerca, visualmente, de un frío partido de pretemporada, si no fuese por lo que se estarán jugando los equipos implicados en la lucha por el título, por las plazas europeas o por la permanencia. En todos los casos, hitos que tienen una crucial importancia para la viabilidad y los planes de futuro de los clubes en un panorama económico incierto.

Como en tantos otros aspectos de nuestra vida cotidiana, nos vemos inmersos en lo que parecería un enorme experimento social, un reformular una actividad tras otra con condicionantes, limitaciones y cambios de prioridades que nunca podríamos haber imaginado. El fútbol regresa tras 90 días de desconexión por parte de sus aficionados. Un periodo en el que la información deportiva ha estado reducida al mínimo. Durante este periodo ha dado la impresión de que este parón futbolístico se ha convertido en una de las últimas preocupaciones incluso para los aficionados más implicados. Incluso las informaciones sobre la disponibilidad de tests para garantizar que la vuelta a los campos fuese segura han generado irritación y una sensación de agravio comparativo. Ahora descubriremos si el fútbol tiene la capacidad de volver a ser una fenomenal evasión para millones de españoles en circunstancias tan difíciles, o si este largo parón y las condiciones en las que se acaba habrán generado una hasta ahora inédita desconexión emocional con parte de su base de seguidores.