Cómo ha cambiado todo en nuestra vida en apenas 30 días. Hace sólo unos pocos días nos tomábamos las uvas y nos deseábamos, como manda la tradición, un feliz 2020. Las nuevas formas de comunicación, útiles a la vez que estresantes y asfixiantes, nos ponían en contacto con amigos, conocidos y desconocidos, dándoles nuestros mejores deseos para un año curioso y que parecía mágico, el veinte veinte. Y empezábamos el año con fuerza, con la inauguración de eventos económicos multitudinarios que pronosticaban un año extraordinario como Cevisama o Fitur.

Mientras, en el Lejano Oriente, un virus que probablemente habitaba la tierra antes que nosotros, distorsionaba la vida de una ciudad del siglo XXI, desde un mercado casi medieval, y ponía poco a poco patas arriba al gigante asiático, China.

En España, a lo nuestro. Rojos y azules, Cataluña, meses de inestabilidad sin gobierno, Venezuela... Problemas que nos parecían gravísimos y que llenaban horas y horas de tertulias, debates políticos en las calles, mercados y bares.

Y cuando quienes intuían las orejas del lobo deciden suspender el Mobile World Congress en Barcelona, los listos de las nuevas universidades de la demagogia y la desinformación profesionalizada, a lo suyo. La culpa es de este, del otro... En fin, «la culpa fue del chachachá», como dice la canción.

Y si no teníamos suficiente lección con todo esto, de nuevo inundan las redes y medios de comunicación, porque los bares están cerrados, las opiniones de los listillos que saben de todo, y que hacen un daño tremendo a la comunidad. Que se permiten el lujo de discutir a los mejores expertos científicos con una dilatada experiencia. Acaba uno harto de escuchar tanta estupidez, miseria intelectual y, por qué no decirlo, maldad, que resta a la abrumadora mayor parte de la sociedad, la seria y responsable, el tiempo y la energía necesaria para luchar contra este difícil desafío que estamos viviendo.

Y si no tenemos suficiente, «lo que faltaba para el duro» como decimos en Vila-real. A la incertidumbre de no conocer demasiado a nuestro enemigo, al de no tener tratamiento médico eficaz, vacuna, o no saber cuándo podremos empezar a salir, ni cómo, ni quién, se suman de nuevo los profetas de lo económico que no acertaron una en la crisis de 2008.

Ahora su contribución ante la mayor incertidumbre que hemos vivido esta generación es anunciar una catástrofe económica sin precedentes, peor que la vivida después de la Segunda Guerra Mundial, he llegado a escuchar. Suena a quien lo único por desgracia que ha aprendido de la experiencia del pasado es a salvarse a uno mismo. Me pongo la tirita antes que la herida y, si no hay herida, finalmente nunca dirán que no lo advertí.

No hagamos ni caso. La economía es una ficción, la hemos creado los seres humanos, y lo que tenga que ser y pasar depende de todos nosotros. La incertidumbre la despejarán los científicos, en ellos tenemos que confiar. La catástrofe la evitaremos nosotros, con imaginación creatividad, trabajo y esfuerzo... Vamos, arrimando el hombro con esperanza, sobre todo luchando contra la desconfianza, el pesimismo, el miedo y la parálisis, los peores enemigos del progreso y la mejora.

El otro día pronunciaba el Papa Francisco una frase que lo resume todo: «¿Cómo pretendemos estar sanos en un planeta enfermo?» De nosotros y sólo de nosotros depende la salud del planeta. Aprovechemos esta situación para empezar su tratamiento. Y en el tratamiento resulta imprescindible más Europa.

*Alcalde de Vila-real