Salvo sorpresa mayúscula de ultimísima hora, los argentinos acuden hoy a votar con la seguridad de que el próximo presidente será el peronista Alberto Fernández, acompañado en la vicepresidencia por Cristina Fernández. La desastrosa política económica de corte neoliberal emprendida por Mauricio Macri en cuanto llegó a la Casa Rosada ha dejado al país exhausto, con una deuda externa ingobernable, un déficit público y una inflación asfixiantes, fuga de capitales y el cambio del peso en caída libre. Si desde las primarias de agosto cundió la impresión de que poco quedaba por discutir, las encuestas de los últimos días otorgan al ticket peronista ventajas de hasta 20 puntos.

Es dudoso, sin embargo, que un resultado arrollador apacigüe la inquietud en la calle y el desasosiego en los mercados. Los antecedentes de Cristina Fernández referidos a su último mandato están bastante lejos de ser capaces de serenar los ánimos; la situación económica del país permite aventurar una relación difícil de la nueva Administración con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Al mismo tiempo, los casos de corrupción, que alcanzan presuntamente a la magistratura y a la fiscalía, vaticinan el enconamiento de la política. Y habrá que ver hasta qué punto Alberto Fernández será cautivo de las pesquisas judiciales que se siguen contra la expresidenta y enmarañarán la salida de la crisis.

Todo apunta a que Macri dejará la presidencia con la inflación en el rango del 60%. Motivo suficiente para que ni la derechización de su campaña ni sus promesas de suavizar los ajustes exigidos por el FMI hayan cambiado la perspectiva de una derrota. La suerte se antoja echada.