A principios de este siglo, el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon ideó un plan maestro con el que dividir política y territorialmente a los palestinos, enterrando así los acuerdos de Oslo (de cuya firma se acaban de cumplir 25 años en el más absoluto silencio) y manteniendo el desafío continuado a todas las resoluciones de la ONU. La retirada de Israel de la franja de Gaza en el 2005, además de propiciar la guerra civil palestina entre Hamás y Fatá, convirtió aquel trozo de tierra costera en una cárcel para los casi dos millones de palestinos que allí viven. Israel controla el espacio aéreo y marítimo de la franja, así como seis pasos fronterizos bloqueados desde el 2007. El séptimo, con el vecino Egipto, es algo más permeable, aunque su apertura está en función de condiciones políticas y diplomáticas en El Cairo. El agua y la electricidad que se consumen en la franja procede de Israel que abre y cierra el grifo y el interruptor a voluntad. Y no solo eso. Gaza le sirve al Gobierno de Israel como tubo de escape cuando la presión política en Tel Aviv es demasiado elevada. Así, la franja ha sido objeto de seis ofensivas militares en 13 años, la primera, apenas un año después de la retirada israelí, y la última, en julio pasado.

Así las cosas, la capacidad de generar una economía aunque sea de subsistencia es prácticamente inexistente. Gaza es un pozo de desesperación en el que sus habitantes carecen de expectativas. El paro, la mayor tasa del mundo, alcanza a casi la mitad de la población y, considerando que se trata de una población muy joven, afecta a más del 70% de entre los 18 y los 29 años.

Este cuadro que refleja unas condiciones de vida y de futuro insoportables se completa con otro dato. Más de un millón de sus habitantes son refugiados que han sobrevivido gracias a las ayudas de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina. Hace menos de un mes, Estados Unidos con un presidente totalmente entregado al duro primer ministro Binyamin Netanyahu, anunció que dejaba de contribuir a dicho fondo. Esta decisión de la administración de Donald Trump implica que mayores penalidades se ciernen sobre los gazatís. Y por si no bastara, ha desaparecido la posibilidad de una tregua más o menos definitiva entre Israel y Hamás por la negativa de una debilitada Autoridad Palestina lo que es un pésimo augurio.