La última oleada de la Encuesta Financiera de las Familias (EFF), publicada el jueves por el Banco de España, en colaboración con el INE y la Agencia Tributaria, tiene un interés especial porque explica, a lo largo de los años y en un periodo que se inicia en el 2002, las condiciones económicas de los españoles y aporta datos significativos sobre nuestra economía. Sus conclusiones son descorazonadoras: los jóvenes son los grandes perdedores del proceso de recuperación de la economías española tras la gran crisis.

La EFF se lleva a cabo cada tres años y permite dibujar un panorama diacrónico sobre la evolución de la renta, la riqueza y el patrimonio. La que ahora tenemos al alcance se refiere a datos del 2017 y engloba lo que podemos calificar como la primera fase de recuperación después de la crisis. En líneas generales, entre el 2013 y 2017, la economía española creció un 12,7%, lo cual, ciertamente, nos habla de un repunte general que, sin embargo, y a tenor de los detalles de la encuesta, no beneficia a toda la población. La franja especialmente afectada, la que más sigue sufriendo los efectos a medio plazo de la crisis económica, es la de los menores de 35 años. Los jóvenes de la poscrisis han visto cómo descienden tanto sus condiciones de vida actuales como sus perspectivas de futuro, en comparación con los de su misma edad en otros periodos de la muestra. Los hogares con un cabeza de familia menor de 35 años presentan en el 2016 (la fecha de este dato) una renta más baja, en un 23%, que las familias de esa misma edad en el 2010, mientras que el total de las rentas de la población, por esas fechas, ya había recuperado los niveles anteriores a la crisis. En cuanto al patrimonio, la riqueza neta (con inclusión de la vivienda habitual y descontando las deudas) presenta una desproporción mucho más notable: un 55,7% de retroceso.

Existe, pues, una brecha generacional que el propio estudio achaca, entre otras causas, al desempleo juvenil, a la precariedad laboral y a un exceso del porcentaje de contratos temporales, con sueldos sensiblemente inferiores para un primer empleo. Mientras las familias con miembros de más edad recuperan el estatus anterior y se incorporan a la clase pasiva pensionistas con mejores carreras laborales, los jóvenes se ven inmersos en un mercado mucho más frágil e inestable. Si a ello sumamos, la dificultad en el acceso a la vivienda --se percibe una mayor incidencia del alquiler en este franja, en detrimento de la compra-- tenemos la ecuación perfecta que dibuja a una generación que, según los expertos, arrastrará toda la vida esta pérdida de renta y capacidad de riqueza.

La propia sociedad, y las instituciones, deberían tomar cartas en el asunto para conseguir una mayor equidad intergeneracional, y ofrecer --con medidas relativas al mercado inmobiliario y con un mayor impulso de la ocupación en condiciones de estabilidad-- expectativas de futuro a las nuevas generaciones. De no ser así, la economía en general se verá afectada gravemente. Los indicadores de desigualdad, ahora reducidos en parte, sobre todo en cuanto a las rentas laborales (no así en la riqueza neta), se dispararán. Y, con ellos, lamentablemente, la inestabilidad social.