Los cambios de año son momentos propicios para reflexionar entre el pasado y el futuro. Fruto de esa reflexión les confieso que este mundo cada vez me gusta menos y eso que soy optimista por naturaleza y me considero feliz y afortunado. Pero me creo en la obligación de mirar más allá de mi ombligo y no me gusta la sociedad que estamos dejando a nuestros hijos. Una sociedad en la que cada vez las desigualdades son más grandes, en la que los ricos tienen más, los pobres tienen menos y la clase media está cada vez más empobrecida. No me gusta el impacto medioambiental insostenible que generamos cuyo máximo exponente, que no el único, es la alarma climática y cuyos efectos más graves sufrirán nuestros hijos y nietos que, a buen seguro, juzgarán severamente a nuestra generación. Me parece además dramático que haya millones de personas que quieran trabajar y no tengan empleo. Esos tres grandes problemas, el reparto del trabajo y de las rentas de una forma más justa y el de la falta de respeto al planeta se están agravando con el paso del tiempo y lo hacen de una forma peligrosa. También detesto la violencia machista que tanto sufrimiento y muertes provoca a las mujeres y siento impotencia al ver que no conseguimos que sus dramáticas consecuencias estén camino de la erradicación. Veo con preocupación cómo algunos partidos cuestionan los cuatro pilares del estado del bienestar que tanto costaron construir (sanidad, educación, pensiones y ayuda a la dependencia) y cómo se ha aprovechado para debilitarlos olvidando que son piezas clave para tener una sociedad más justa y digna.

Tengo la convicción de que el mundo actual cada vez está más lejos de la utopía y más cerca de la distopía. Dicen que la utopía es como el horizonte, que por más que vayas hacia ella nunca la alcanzas, pero que vale para algo: para avanzar en ese sentido. No conozco dicho similar para la distopía, pero me temo que esa sí que será posible alcanzarla y lamentablemente vamos hacia ella cada vez a mayor velocidad. Pero les aseguro que, a pesar de todo, no soy pesimista: aunque no me gusta lo que veo no por ello dejaré de luchar para cambiarlo porque pienso que otro mundo es posible.

John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía moderna, escribió en 1930 un ensayo que tituló Posibilidades económicas de nuestros nietos. En él reflexionaba a cien años vista sobre las posibles tasas de crecimiento económico, las consecuencias de la automatización que cada vez requería de menos mano de obra, y la acumulación de capital. Se preguntaba: ¿Qué podemos razonablemente esperar del nivel de nuestra vida económica para dentro 100 años? ¿Cuáles son las posibilidades económicas de nuestros nietos?

Predijo que el producto interior bruto en los países avanzados al cabo de cien años sería entre cuatro y ocho veces más alto de lo que era en 1930. Diez años antes de que se cumpla esa fecha podemos decir que acertó, e incluso se quedó corto en muchos casos. Es más, países que entonces no eran avanzados lo han multiplicado exponencialmente.

Pero Keynes se equivocó en que «el amor al dinero como posesión -a diferencia del amor al dinero como medio para los goces y realidades de la vida- será reconocido por lo que es, una morbosidad más bien repugnante, una de esas propensiones semi-criminales, semi-patológicas de las que se encarga con estremecimiento a los especialistas en enfermedades mentales». La avaricia de algunos por acumular riqueza sin otro fin que poseerla, sin invertirla para generar empleo, o lo que es peor, invirtiéndola especulativamente en lugar de productivamente, actualmente alcanza cifras nunca vistas en la historia y está resquebrajando la cohesión social de una forma peligrosa.

Como consecuencia de ese gran crecimiento sin parangón en la historia de la humanidad y de la automatización que requeriría de menor mano de obra, Keynes conjeturó que en 2030 habría desaparecido lo que llamaba el desempleo tecnológico, originado por esa automatización, y que el trabajo que aún habría que hacer sería tan compartido como fuera posible, llegando a turnos de tres horas con semanas laborales de quince horas. Se equivocó totalmente. Las jornadas siguen siendo de 40 horas semanales y el desempleo alcanza unas cifras de vértigo, con el drama social que ello supone. Además, cada vez hay más empleo precario, cada vez más empleo a jornada parcial, y cada vez los sueldos de los jóvenes son más bajos generando el fenómeno de los trabajadores pobres, aquellos que, aun trabajando, no ganan para satisfacer las mínimas necesidades vitales.

Keynes no contó con que a principios de los años 80 Ronald Reagan y Margaret Thatcher impusieran un brutal giro desregulador, iniciando la hegemonía de la economía financiera sobre la productiva. No contó con que la economía especulativa, que destruye a la productiva, alcanzaría las cotas que ha llegado a alcanzar. No contó con que todo eso impediría un reparto más justo de las rentas y del trabajo.

Según el Economic Policy Institute (EPI), mientras la productividad de los trabajadores aumentó un 69,6% entre 1979 y 2019, el salario por hora solo subió un 11,6%. Aquí en España, si analizamos el PIB de 2018 con el anterior a la crisis, el de 2007, obtenemos que ha crecido casi un 12%. O sea, en el país se genera un 12% más de riqueza ahora que antes de la crisis. Sin embargo, en 2018 había 1.200.000 personas ocupadas menos que en 2007 y 2.300.000 personas paradas más. Además, el salario más frecuente bajó notablemente hasta el punto de que en 2018 el de un 30% de los españoles está por debajo de 1.200 euros al mes, un salario notablemente inferior al salario mínimo de países como Reino Unido, Francia o Alemania.

Keynes pronosticó que la generación de sus nietos, lo que llamamos la generación Z, se dedicaría a relajarse en una vida de ocio y creatividad, dedicando pocas horas al trabajo. Posiblemente era una utopía, pero si hubiésemos caminado hacia ella, como permitía el gran crecimiento económico experimentado, tendríamos una generación Z que disfrutaría de mejores condiciones en su vida de las que hemos disfrutamos nosotros. Sin embargo, se está enfrentando a una época de salarios estancados, con poca renta disponible, de paro y de crisis climática. Estamos a tiempo de cambiar porque, ¿qué será de ellos y qué será de una economía de consumo si la gente tiene poca renta disponible para consumir?

*Presidente de la Autoridad Portuaria de Castelló