Aunque he escrito desde hace medio siglo comentarios de música, nunca me he considerado un crítico. A lo sumo, un impenitente aficionado. De la música me interesa todo, siempre que merezca la pena, con independencia de estilos, épocas, autores, formas… Tal vez por ello no tengo un compositor favorito y sí muchos a quienes reverencio especialmente. Entre ellos figura Mozart , habilísimo en los conciertos, sinfonías, música sacra, de cámara, óperas, cánones, arias de concierto… en suma, en todo. Abruma valorar el legado ingente de un autor que a los 14 años escuchó, durante su estancia en Roma con su padre, a la Capilla Sixtina, el Miserere de Allegri y al regresar a la casa donde moraban, fue capaz de transcribirlo íntegro. Curiosamente con este proceder, incurrió en un grave delito, pues había una interdicción impuesta por el Vaticano para evitar que se copiasen ciertas obras de la biblioteca papal, especialmente apreciadas, entre ellas el citado Miserere . El muchachito fue llamado a capítulo y para demostrar que no había copiado de la partitura original, volvió a escribir de memoria la obra escuchada. Es excusado decir que los músicos de la capilla pontificia quedaron anonadados.

Pues bien, a tenor de este suceso, no pensemos que Mozart era sesudo, profundo, reflexivo, serio… Bien al contrario era un tipo espabilado, jocoso y ocurrente, como lo demuestra la siguiente anécdota que se le atribuye.

Se le presentó, cuando contaba 20 años, un músico de su edad y le preguntó cómo tenía que proceder para escribir una sinfonía.

--No es un género fácil, --le significó el genio de Salzburgo--. ¿por qué no comienzas escribiendo baladas?

--Vos a los cinco años ya escribíais sinfonías.

--Sí, pero yo no pregunté a nadie cómo se componían.

Sin duda tenía retranca para parar un tren. H

*Cronista oficial de Castelló