La energía, y concretamente el petróleo, es un arma que dicta la geoestrategia tanto de los países productores como de los grandes consumidores. Los bajísimos precios del crudo registrados en los últimos años han puesto contra las cuerdas económicas a grandes exportadores como son Rusia o Venezuela, países que apenas producen otra cosa y que por tanto dependen de aquellos ingresos. Las rivalidades de los países del Golfo para conseguir ser potencia regional, como es el caso de Arabia Saudí e Irán, han dominado la OPEP. La política de Riad de favorecer la máxima producción y, en consecuencia, abaratar el precio del barril ha acabado perjudicando incluso a sus promotores, mientras el levantamiento de las sanciones impuestas a Teherán tras la firma del acuerdo con EEUU ha modificado el tablero energético. Ambos países, han trasladado su enfrentamiento a la reunión que la organización de países exportadores de petróleo ha mantenido en Argel donde se dirimían las diferencias sobre la producción. Finalmente se ha impuesto la voluntad de recortar la producción para frenar la caída de precios del crudo, lastrado por un exceso de oferta. La medida ha tenido ya sus primeras consecuencias con una escalada del precio, mala noticia para economías en apuros como la española que se habían beneficiado de una energía barata.