Querido/a lector/a, desde hace un tiempo no me gusta la deriva que está cogiendo la política en España. A veces revivo con dolor aquella letra de Serrat que dice que nunca es triste la verdad, pero que lo que no tiene es remedio. Bueno pues, así están las cosas. Tengo la impresión de que vivimos en una permanente y estéril confrontación y, encima, el futuro, solo anuncia una legítima moción de censura que no va a solucionar la pandemia ni sus consecuencias, pero puede embarrar más la convivencia.

En todo caso no seré yo quien, desde el respeto, ahorre críticas a las fuerzas políticas. Creo, y así lo he escrito, que al PSOE, sobre todo en el principio de esta crisis, le faltó ofrecer más participación y esforzarse en hacer que la reflexión y las decisiones fueran un poco de todos. A Ciudadanos el soñar con las cenizas del PP le hizo perder la humildad necesaria para ser lo que debía ser: un centro derecha liberal, europeo... vital para configurar mayorías y gobiernos. A Podemos aún le cuesta entender lo que le dijo el PNV: que ser oposición no es gobernar, que la política no es el único poder y, el cielo, se conquista dialogando y nube a nube. En todo caso estoy convencido de que desde hace mucho tiempo el drama de España es la derecha, ahora representada por el PP y Vox. Me refiero a que más allá de las lógicas diferencias políticas e ideológicas, ha tenido y tiene dificultades en asumir un régimen democrático y el contrato social y político que fundamenta el Estado de derecho. Le cuesta vivir en democracia si no tiene el poder, si está en la oposición. No entiende lo del filósofo: que aunque la democracia está pensada para convivir en desacuerdo, hay asuntos que reclaman acuerdos porque no hay otra y porque los costes sociales de retrasar las decisiones son elevados. No obstante ahí están, gestionando la intransigencia. H

*Analista político