Querido lector/a, estos días has sido testigo feliz y doliente, y todo a la vez, de lo que en términos futbolísticos y según mi experiencia podría ser la esencia más profunda y pura del ser barcelonista.

Por si aún no lo tienes claro, me refiero a esa permanente contradicción, discordia y hasta posible incoherencia, que un día posibilita meterle 6-1 al París S. G. y alcanzar la gloria por remontar lo que hasta entonces era imposible y, pocos días después, te mata la ilusión al perder y tirar media Liga ante un equipo que, desde el respeto, se puede decir que está entre los últimos de la tabla y marca descenso de categoría.

Dolorosa vivencia, que me ha revivido el recuerdo y me obliga a contar una vieja anécdota que también está referida a esa seña identitaria del barcelonismo. Y es que, en mi época de diputado en Les Corts Valencianes y durante el trámite de un proyecto de ley, un diputado me acosaba y acusaba por no aceptar una transacción entre enmiendas. Como no paraba, le dije algo así como: «No se esfuerce. Me he criado en una familia que por comunistas y demócratas hemos sido perseguidos por el franquismo. Además, soy del Barça y, en consecuencia, me he habituado a sufrir. Así es que, no me va a intimidar». Días después recibí una carta en la que la peña del Barça en Valencia, de la que formaban parte Ernest Lluch, Joan Fuster… etc., me comunicaban que había sido propuesto como miembro de la misma por introducir el nombre y el espíritu del Barça en el Boletín Oficial de Sesiones de les Corts.

Querido lector/a, simplemente digo que ese desarreglo entre la gloria y el sufrimiento ha estado siempre en la trayectoria del Barça y en el corazón del culé. Por cierto, parece ser que los datos señalan que ese vínculo del culé con su equipo tiene más paciencia, perdón y lealtad que el que mantiene cualquier culé con su pareja o sus ideas políticas. Cosa rara, pero cierta.

*Experto en extranjería