La convocatoria de nuevas elecciones es el fracaso de la política. La política de los partidos. Los viejos y los nuevos. El fracaso colectivo de una democracia que interpreta mal los conceptos de diálogo, consenso e interés general. Adjudicar la responsabilidad/culpabilidad de meses de aparentes negociaciones corresponde a cada cual.

Cierto que cada ciudadano/elector contribuyó a dibujar libremente un arco parlamentario extraordinariamente complejo pero en la complejidad se mide la altura de los partidos. Y los partidos son constitucionalmente quienes tienen adjudicada la exclusiva de la acción política. A ellos les corresponde gestionar lo que salga de las urnas soberanas y, claro está, sin resultado de muerte. Se podía y se quería esperar mucho más de los partidos porque no vivimos circunstancias normales.

En otra coyuntura podríamos ser todos más sibaritas, más puristas, más exigentes... Pero ahora y aquí, no. No es tiempo de sectarismos ni de tacticismos de miras estrechas.

Se supone que estábamos en un momento prácticamente constituyente. Al menos eso proclamaban los más nuevos y los más radicales. Y todo proceso constituyente requiere códigos y alianzas excepcionales. Pero, nada. Aquí no ha pasado nada. Solo teatro. Apuntemos varias motivaciones que obligaban a menos partidismos ególatras: La necesidad de dar otra respuesta a la crisis cambiando el modelo productivo hacia una economía moderna, sostenible y más equitativa (seguimos siendo como país muy frágil y vulnerable).

El desafío secesionista del gobierno catalán. El reto de cambiar la Constitución tras casi 40 años y millones de ciudadanos que no la votaron y es razonable que algún día la hagan suya. La amenaza del terrorismo. La regeneración de las instituciones públicas así como de los principales lobbies de poder real que no pasan por las urnas. Pensemos que el actual partido del gobierno ha sido calificado de organización criminal por sus estructuras de financiación, etc. Las costuras del sistema revientan por muchos lados. Razones extraordinarias de diversa índole exigían más de una generación política que, salvo alguna excepción, no ha aportado nada. Sugiero que los programas electorales presenten anexos sobre la política de alianzas que cada partido está dispuesto a celebrar. Que muestren sus credenciales sobre todas las combinaciones posibles, líneas rojas, filias y fobias invencibles y expresen hasta dónde están dispuestos a tensar al país anteponiendo el interés particular. Que todos sepamos de entrada de qué va cada cuál y qué puede esperarse a la hora de la verdad que no es otra que la hora de los pactos para formar gobierno. H

*Sec. general PSPV Castellón