El Grau ya no es la ciudad sin ley de los años ochenta del siglo pasado, pero casi. Entonces, hace treinta y cinco años, en el más hermoso rincón de la ciudad encontraron refugio indeseables de toda ralea, mientras la heroína destrozaba familias llevándose por delante a un buen número de jóvenes. Fruto de la dejadez, una vez más, de los responsables institucionales, o sea, políticos de turno, el distrito marítimo pasó de ser un paraíso a convertirse en territorio comanche, por tiempo estigmatizado y considerado poco menos que un Harlem mediterráneo. Durante años denuncié desde mi periódico a los clanes de la droga que envenenaban a la sociedad grauera y demandando adecuadas políticas que hicieran frente a semejante canallada. Aquello era predicar en el desierto, con el añadido de soportar las represalias de los grupos mafiosos y de algunos indeseables colaboradores sin escrúpulos. Una verdadera vergüenza.

Pasó la peste del caballo y el lumpen comenzó a escampar, normalizándose la convivencia gracias a la calidad de los vecinos que, sin embargo, continuaron desamparados, sufriendo un proceso de degradación que hoy llama la atención en determinadas zonas. Está muy bien que se remodele la plaza de La Panderola y se creen nuevos espacios como el dedicado a Josefina López , pero esa parte esencial de Castelló necesita una urgente cirugía urbanística integral, mediante un ambicioso concurso de ideas. Mientras llegan las ideas, es perentorio reconducir la situación de inseguridad que vienen denunciando los graueros. Tanto en la zona lúdica del puerto, con los fracasados cines, como en el resto de la urbe es total la sensación de tierra de nadie y la ausencia de policía. H

*Periodista y escritor