Todo volverá a cambiar. Esta vez será más rápido que en las anteriores grandes transformaciones. Los principales expertos afirman que la cuarta revolución industrial, ya en curso, vendrá caracterizada por la aceleración de todos los procesos innovadores. La globalización, la robotización, la inteligencia artificial, la velocidad del cálculo computacional, la gestión de la información y del big data, la biotecnología, etcétera.

El rasgo fundamental de este nuevo salto histórico será la convergencia de lo físico, lo digital y lo biológico. El reto será gestionar la disrupción, interpretar acertadamente las transformaciones y que los gobiernos democráticos y las sociedades no pierdan el guion del futuro.

Ciertamente, causa vértigo imaginar cómo será el mundo dentro de 20 años, pero el alcance de las posibilidades que se abren resulta inaudito e insospechado.

Pero, como siempre y en todo momento, los avances científicos y técnicos pueden ser controvertidos. Todo dependerá del sentido y la carga ética que los acompañe. Sin códigos y valores humanos, la cuarta revolución industrial puede devenir una tragedia. Entre la primera y segunda revolución industrial nacieron técnicamente las organizaciones de inspiración socialista para afrontar las contradicciones y las injusticias que se generaron. Hoy el mundo y la coyuntura es otra. Hemos aprendido a cuestionar muchas certezas y muchos dogmas, pero persisten las tiranías. Cambiarán de rostro, pero tiranías serán. La cuarta revolución industrial cambiará muchos conceptos vinculados a la empleabilidad, las instituciones, los modelos de negocio o las relaciones personales y sociales, pero, sea como sea, hará falta mantener erguido el movimiento ideológico que interponga un dique a las nuevas formas de opresión y de desigualdad.

La socialdemocracia tiene una nueva oportunidad. Deudora de la modernidad y la Ilustración, del movimiento obrero y de la incorporación de diferentes corrientes humanísticas que han ido abriendo el angular de los derechos civiles y las libertades, sigue portando valores imperecederos. Lo son porque difícilmente la libertad, la igualdad y la fraternidad o solidaridad son principios fácilmente sustituibles. Habrán fallado, una y muchas veces, los instrumentos que vehiculaban las ideas pero las ideas urgen más que nunca. Puede que incluso los partidos socialdemócratas no tengan la exclusiva de estas banderas, pero sí cierta patente. Un original que está llamado a reinventarse como todo en la sociedad y en la vida. Llegar puntual a una cita con la historia no solo es un detalle de cortesía, sino un gesto de inteligencia y una necesidad existencial de utilidad.

Como decía, todo volverá a cambiar. El futuro nos caerá encima. Pero el futuro necesita un guión. Un guión rearmado de valores humanos y de conciencia ética de los límites del llamado progreso. Un guión para preservar una civilización donde las personas sin distinciones ni adjetivos sean lo más importante. Nada está definitivamente escrito. Necesitamos creer y afirmar que dependerá de los pueblos, de su gestión del talento y de la rebeldía cívica que nunca debe perderle la cara a la dignidad humana y la justicia social.

*Sección de Preparación del Futuro del PSPV. Doctor en Filosofía