Si no se tuerce por algún imprevisto --nada descartable en estos alocados tiempos-- el Congreso rendirá homenaje dentro de unos días a Manuel Azaña . Parece una quimera en el actual escenario de navajeo político a costa de la pandemia, pero la convocatoria de ese acto evoca --soñar es gratis-- los aires de complicidad que se respiraban tras la muerte de Franco : todos de acuerdo, al menos en lo básico. Bueno, casi todos. Vox se ha borrado del homenaje al considerarlo inoportuno, cosa lógica ya que ellos prefieren a Franco antes que a Azaña.

Las cosas claras; y además, contra gustos no hay disputas. Siempre que esos gustos no incluyan encasquetarte unas ideas a tiro limpio y fulminar a cualquiera que te lleve la contraria; que es exactamente lo que hizo Franco. Y además a lo bestia.

¿O no fue una trampa? Porque si el único motivo para desposeerles del reconocimiento público es su carácter republicano --las patrañas sobre supuestos crímenes las han desmentido un puñado de historiadores-- no se entiende que honren la memoria de quien fue presidente de la República.

La figura de Azaña es un ejemplo claro de cómo repasar nuestro pasado podría --y debería-- unirnos en lugar de volvernos a enfrentar. Y ya puestos a pedir, dado que su padre --el emérito huido-- se abrazó con la viuda de Azaña en 1978, ¿no podría Felipe VI plantearse su asistencia a este acto? Ahora que hay tanta gente preocupada por él, creo que enviaría un mensaje muy potente. Pero hay que estar convencido de hacerlo. Ojalá pudiéramos incorporarlo a la celebración de eso que llaman Hispanidad. H