Son más de 30 villas, de gran belleza arquitectónica e indudable interés histórico, social y artístico, que se mantienen --algunas- más de cien años, que miran al mar cada mañana al despuntar el alba y que han acompañado a tantos y tantos seres humanos en sus trabajos y en sus descansos, en su fiesta y en sus sueños, en sus amores y desengaños, y me acompañan cuando empiezo a plantar mis días vividos y mis noches soñadas, al tiempo que voy construyendo poco a poco las torres y castillos de arena sobre la playa. Y es que, como un lucero azul, la otra tarde me encontraba en el mágico Instituto de Talasoterapia El Palasiet, que creó y mantiene cada día más atractivo el doctor Joaquín Farnós Gauchía, y se me apareció una dama, colaboradora del Ayuntamiento de Benicàssim, para regalarme dos libros de edición municipal, en los que se recogen los más valiosos testimonios fundacionales, cuyos originales se conservan en su mayor parte en el Archivo Municipal local, entre los fondos de la iglesia de Santo Tomás de Villanueva y hasta en el monasterio de los Carmelitas Descalzos del Desert de les Palmes.

Resplandece en primer lugar el Privilegio del rey Jaime I a Pedro Sanz como señor de Montornés, en 1242. Le sigue una visita pastoral a Benicàssim del obispo Paholac, en 1314. Y así, con amplio protagonismo de Violant de Casalduch y Assio, señora de las baronías de Borriol, Benicàssim y Montornés, que firmó la Carta de Población en 1593; las decisivas intervenciones del erudito Francisco Pérez Bayer, los ataques a la costa litoral de moriscos y bereberes, las epidemias, la hermosura de los tiempos en que lucían todos los verdes de la uva moscatel con secanos junto al mar, hasta el documento que testifica el cambio de denominación de lugar por el de villa o pueblo con Ayuntamiento, fechado en agosto de 1927, hay todo un recorrido por la espina dorsal del cuerpo vital de Benicàssim, que incluye y afecta tanto a los vecinos como a los veraneantes.

Pero aquí, en esta página del periódico, que es el escaparate que hemos venido ocupando todo el verano, no es lugar para el estudio y clasificación de los valiosos documentos. Aquí, conductor del tiempo pasado con el presente, he de situar una vez más la fecha de entre 1886 y 1887 para hablar no del invento de la Coca Cola por el señor Pemberton, que fue por entonces, sino el recordar la aparición de las primeras residencias de verano en este entorno, cuyo escenario es motivo de mis croniquillas y que tanto han gustado y ayudado siempre a algunos amigos como Toni Viciano, por ejemplo.

SE ESTABAN efectuando las obras de implantación de la vía del ferrocarril del Norte. El ingeniero responsable, Joaquín Coloma Grau, quedó deslumbrado por la virginidad del paisaje, la playa de aguas limpias y decidió convertir la bahía -de secano junto al mar- en el lugar apropiado donde su familia podía pasar las vacaciones mientras él desarrollaba su trabajo en las primeras alturas de la costa.

Así que, primero, se construyó la Villa Pilar, nombre de la esposa del ingeniero Coloma. Posteriormente otras dos villas se unieron a la primera, junto con una pequeña capilla, que siempre ha tenido gran predicamento. Y así fueron apareciendo otras casas, que acogían a las familias acomodadas de Valencia y de Castellón, luciendo variados estilos arquitectónicos.

Su belleza todavía resplandece en nuestro paseo marítimo, con el punto álgido de los dos hoteles, el Voramar y el Palasiet, cada cual con su estilo y sus características. El primero, aireado por todo el mundo por las Brigadas Internacionales durante la guerra civil. Y el Palasiet poblado de recuerdos y páginas inolvidables de notables presencias y permanentes signos de atractiva renovación.