Cuando cogemos un libro de historia, a veces, leemos cosas que no somos capaces de entender, que nos parecen imposibles o que simplemente nos horrorizan. Leemos sobre la Inquisición, sobre la esclavitud, o el derecho de pernada de los señores feudales, y nos parecen actitudes salvajes, impensables en una sociedad civilizada.

Cuando dentro de tan solo 50 o 100 años alguien ojee un libro de historia reciente y lea sobre el siglo XX y principios del XXI, leerá cosas que también le parecerán impensables. Recordemos que, hace poco, durante más de 60 años el mundo entero estuvo en guerra y que un país lanzó dos bombas atómicas sobre la población civil de otro. Pero leerá también algo que hoy nos parece normal y que, a ellos, lectores del futuro cercano, les parecerá una aberración. Conocerán el desdén con el que tratamos al único planeta que tenemos.

Y les parecerá una aberración, pero también una falta de respeto y una muestra de egoísmo inigualable. Porque aunque yo mismo acabe de decir «nuestro planeta», no lo es. Somos meros inquilinos temporales. Hemos pisado la faz de esta tierra un periodo insignificante. Y en tan solo tres generaciones, hemos puesto en marcha una serie de eventos que acabarán con él, si no tomamos medidas de forma inmediata.

Estas semanas se celebra la Cumbre del Clima y hay muchas esperanzas y miradas sobre nosotros. Nuestra obligación es cuidar de este mundo y pasarlo a la siguiente generación haciendo de él un lugar mejor. Pero en nuestra guardia hemos dejado caer el testigo y no se nos perdonará. Estamos a tiempo de recogerlo y enmendar errores. Es tiempo de actuar. La historia nos juzgará.

*Diputado nacional del PSPV-PSOE y vicesecretario de ejecutiva provincial