Las bebidas se servirán en la mesa. El uso de guantes y una máscara será esencial para el bufet. Al llegar al hotel se tomará la temperatura y se desinfectarán las manos. Estas indicaciones forman parte del mensaje que uno de los escasos hoteles abiertos estos días remite a sus clientes horas antes de que lleguen. Los botones del ascensor son el enemigo número uno, aparte del área del bufet. La sensación que desprende la batería de información no puede ser más ambigua: por un lado, garantiza seguridad; por otro, que hay muchos riesgos. El escenario más distópico cabe en un correo electrónico.

Entrar en un hotel en pandemia puede ser una experiencia comparable a la de coger el metro: ahí queda un 1 de septiembre con la mitad de viajeros respecto a la vuelta al trabajo del año pasado. Prevenciones aparte, el hotel debería recuperar el papel que tenía reservado desde su invento, el que ha ido perdiendo por el turismo masivo. Negocio abierto para dar comodidad y prestar servicios, desde cafetería o restaurante hasta piscina o salas de conferencias, no solo dormitorio. Rastrear hoteles da pistas de sus penurias, con precios hasta un 20% más bajos de lo habitual. Y eso los que han abierto. El gremio ha pedido su rescate económico, pero más allá de las inyecciones que pueda necesitar, lo cierto es que no estaría de más un plan para recuperar el contacto con los vecinos.

Insisten los hoteleros en buscar al turista que más gasta, pero reservar plazas a precios ventajosos todo el año para los vecinos podría ayudarlos a reducir la dependencia del turista y a hacerlos más sostenibles. Volver a los orígenes no sería un paso atrás para enfrentar los nuevos tiempos. H

*Periodista