N o hay nada nuevo bajo el sol. Al releer viejos documentos de nuestra historia, uno toma cuenta de que esta situación de horror que estamos viviendo a causa de una pandemia, no es nueva.

En noviembre de 1647, con la peste bubónica rondando la villa de Castelló, se acuerda tapiar todas las puertas de la muralla, a fin de aislarla del contagio, a excepción de la del Agua, donde se pusieron vigilantes que hicieran sobrellevar, a cualquier sospechoso de infección, un periodo de aislamiento en la ermita de la Magdalena. Pero pese a las prevenciones, el mal cruzó las defensas de la localidad, por lo que hubieron de extremarse las medidas sanitarias con la construcción de un hospital de apestados, conocido como la Casa Blanca, que se emplazó bien lejano de la muralla norte, en el área del Pla, donde dos años más tarde, se levantaría una ermita dedicada a San Roque, el Santo pestífugo por excelencia.

Hoy no se conserva este pequeño templo ubicado entonces donde hoy se encuentra la plaza de Teodoro Izquierdo. Allí ejercían su labor, los médicos Miguel Mur y Miguel Birlo, quienes se vieron desbordados en su labor, al extremo de solicitar del consistorio la compra de algunas casas aledañas del Pla, para destinarlas a hospital de convalecientes, a fin de que éstos no estuvieran en contacto con los apestados y pudieran recuperarse mejor. Dos galenos beneméritos de los que la historia se ha olvidado, pero que fueron cardinales para vencer la epidemia, como hoy lo son, asimismo, los heroicos sanitarios que combaten, a riesgo de sus vidas, el malhadado coronavirus. Quede en los anales el reconocimiento a todos por su valerosa entrega.

*Cronista oficial de Castelló